El fuerte viento de levante de días atrás iba amainando. Tan sólo, de vez en cuando, una pequeña racha se hacía notar; una forma de resistencia ante su inevitable final. Aún así, la playa, se mostraba bastante despejada de sombrillas y bañistas. Apenas con levantar la vista del libro, disponía de una privilegiada panorámica del mar. Una vista interrumpida por las carreras de aquellos dos niños que no paraban de jugar y chapotear entre las olas. Esbocé varias sonrisas observando a aquellos infantes con sus juegos, sobre todo, porque eran mis hijos.
Junto a ellos, en mi pensamiento, otro crío más pequeño permanecía quieto. Su camiseta roja estaba ligeramente subida, mientras, su pantaloncito oscuro —azul, diría yo— y sus zapatos permanecían en su sitio. Seguía inmóvil, recibiendo una fina capa de agua. No sé, si era ese mismo mar que le había quitado la vida el que ahora parecía acariciarlo con delicadeza en un intento desesperado para hacerle despertar. Pero no, de la muerte no se despierta, ni ese niño ni nadie despierta jamás.
La imagen del pequeño Aylan ha abierto telediarios y ha sido portada de todos los periódicos. Ha sido protagonista de nuestra actualidad, parece, sin embargo, que nos ha sorprendido, a pesar de ser sólo uno más de los innumerables refugiados que mueren cada día huyendo de la guerra y la miseria. Pero los niños siempre nos tocan la fibra sensible. No son pocas las personas que defienden que esas imágenes no deberían emitirse en cualquier horario, e incluso que deberían censurarlas. Supongo que es mejor para nuestros rebosantes estómagos mirar hacia otro lado y seguir disfrutando de nuestras vidas de Paquirrines y Belenes Esteban. Pero de vez en cuando, hay que recordar la Historia, esa que se repite una y otra vez, para enseñarnos que la muerte del pequeño Aylan ya ha ocurrido en el pasado y seguirá ocurriendo. Sucede una vez aquí y otra allí, pero siempre acude fiel a su cita: no hace mucho, eran nuestros abuelos los que pasaban fronteras huyendo de la guerra y de todos sus daños colaterales.
Mis hijos continuaron jugando entre las olas. Tan sólo unos minutos antes me habían acribillado a preguntas cuando les mostré la foto del pequeño Aylan inmóvil, muerto. Les hice ver que no siempre esta tierra fue un lugar cómodo donde vivir, y sobre todo que no siempre será así —estoy totalmente seguro de ello—. Más aún, cuando días después, fui testigo de cómo unos jóvenes comentaban animadamente sobre unos cuernos aireados en el mundo de la farándula, cuando sin saber cómo, uno de ellos comienza a hablar sobre el “niño moro ahogado en no sabe qué playa”. Tras breve coloquio, juzgaban y culpabilizaban el poco conocimiento y seso de los padres, al embarcar al pequeño en tan peligroso viaje. Ignoran que para esos desesperados, el mar resulta más seguro que la tierra de obuses y metralla que habitan. Así que prefiero que mis hijos vean la cruda realidad a un Sálvame, será la forma de evitar que les pillen desprevenidos cuando todo esto se vaya al real carajo.
Sit tibi terra levis.
Como siempre, magnífico.Lo más triste, amigo Marcos, es que Sálvame es la cruda realidad de la civilización occidental, la que produce víctimas como Aylan
ResponderEliminarGracias amigo Manuel. Tienes razón, son los valores que se inculcan en nuestra sociedad. Oscuro futuro para las nuevas generaciones.
EliminarP.D: Impaciente por saber si tu nuevo libro verá la luz pronto.
Un abrazo, amigo.