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8 de mayo de 2018

MALDICIÓN



Le pregunté a Eduardo, el veterano camarero del Trinity, por la pareja que cada mañana solía ocupar la mesa del fondo. Llevábamos varias semanas sin verlos aparecer y estábamos cada vez más convencidos de que todo se había ido al garete. No se trataba de un asunto de cotilleo barato de dos tipos que se meten en la vida de los demás. Más bien se parecía a un asunto de investigación sociológica, yo defendía que estaban enamorados hasta las trancas y que cualquier día se sentarían en la misma mesa para escoger viaje, número de invitados y todas esas cosas que hacen los humanos cuando deciden pasar el resto de la vida juntos. Eduardo era más prudente, supongo que las largas horas tras una barra le habían dotado de un especial ojo clínico que ya lo quisiera para sí más de un psicólogo.
Acudían casi a diario y a la misma hora a desayunar. Entraban en el local cogidos de la mano y sólo las separaban al tomar asiento. Eduardo siempre dejaba la mesa con vasos y platos sucios, mientras las demás permanecían limpias como una patena con el objetivo de evitar que la mesa fuera ocupada por cualquier otro cliente. En cuanto los veía entrar limpiaba la mesa mientras les decía : ¿Lo de siempre verdad? Café con leche y tostada para los dos.
Mi amigo Eduardo estaba a punto de caramelo y comenzó a admitir que quizá yo iba a acertar, pero ponía sus matices. Mantenía que un día aparecerían con un churumbel y no entrarían cogidos de la mano, más adelante el número de besos irían reduciéndose, otro día sin saber el motivo dormirían dándose la espalda, poco después uno no se darían ni cuenta si el otro no duerme en casa y si se dan cuenta no les importará. Eduardo me contó que el último día que aparecieron por el Trinity debió pasar algo grave. Ese día no llegaron cogidos de la mano, por lo que no les quitó ojo. Apenas tocaron las tostadas y el café. El muchacho sacó un libro de una bolsa, lo puso sobre la mesa y con dos dedos los deslizó hacia el lado de ella, se levantó y se fue. Ella apenas esperó unos minutos para salir también dejando el libro sobre la mesa. 
Desde entonces, el libro que dejaron sobre la mesa permanece guardado en el Trinity, en un cajón junto a facturas y otros papeles. Ha pasado un tiempo prudencial y creo que es hora de echarle un vistazo. Eduardo me lo acerca mientras me dice “pensé que nunca me lo ibas a pedir”. Tras la portada de “El amor en los tiempos del cólera”, en la primera hoja en blanco y con cuidada caligrafía hay escrito:
“Maldigo a los cobardes, maldigo a los acomodados, maldigo a los inmovilistas, maldigo a todos los que esconden los sentimientos, me maldigo mil veces por huir y saber que lo lamentaré toda la vida”. 
Sit tibi terra levis.

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