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19 de marzo de 2018

MALOS Y PEORES


En estos días hemos asistido al penúltimo bochorno al que nos someten nuestros representantes en el Congreso de los Diputados. En cualquier lugar donde la lucidez es regla y no excepción, la institución donde se debaten leyes, presupuestos o cualquier cosa importante para un país suele ser respetada. Sin embargo, en España, la cámara baja hace honor a su nombre en su acepción ruin y mezquina, siendo motivo de vergüenza para no pocos ciudadanos. Nuestros políticos ni siquiera disimulan sus miserias y a poco que miremos con un poco de perspectiva observamos que la división natural de la cámara es entre malos y peores, peores y malos.
Ahora ha tocado el debate de la prisión permanente revisable, pero podía haber sido con cualquier otro tema, para ver la poca altura política que sus señorías gastan. Unos y otros demostraron que queda justificado el desaliento que muchos sentimos con este país. Los unos no fueron capaces de posponer un debate que se sabía viciado, con el sesgo de una sociedad encendida que clama venganza tras el asesinato del pequeño Gabriel. Los otros aprovecharon estas ansias de venganza y ya que el Pisuerga pasa por Valladolid, nada mejor que meter la mano en una bolsa donde se pueden atrapar un puñado de votos y abanderar el discurso populista que la gente quiere oír.
Pero no nos equivoquemos. A los representantes políticos los colocamos en los sillones con nuestros votos, son el espejo de nuestra sociedad. El resultado, en consecuencia, fue el mismo que se ha dado en estos días en charlas de taberna, peluquería y parada de autobús: ¿Acaso se podía esperar un resultado diferente? Por tanto, en este ambiente, todo aquel que la razón lo lleve a no estar de acuerdo con la prisión permanente revisable, lo consideramos en el acto como una persona sin escrúpulos y sin corazón. Alguien que desea ver a los asesinos en la calle cometiendo las más viles fechorías. 
Nuestra sociedad,  infantilizada hasta el tuétano, es incapaz de realizar cualquier análisis sosegado y, no digo ya objetivo, sobre algún tema medianamente importante. Vemos cómo nuestros dirigentes, lejos de poner remedio a esta carencia, actúan como una prolongación de la sociedad, proporcionando la mediocridad necesaria para que nos reafirmemos en nuestro desaliento.
Mientras todo esto ocurre y esperando una solución que no llegará, sólo queda sentarse y observar el próximo espectáculo al que nos someterán nuestros representantes y así tener un mayor número de razones para saber si en las próximas elecciones votaremos a los malos o a los peores.
Sit tibi terra levis.

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