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11 de febrero de 2018

DÍA DE LOS ENAMORADOS


El amor, quizá, tenga tantas variantes como seres humanos existen. Quizá, tampoco se repite jamás, cuando alguien muere nadie más volverá a amar como esa persona. Por lo tanto, el amor es finito como la humanidad. De lo que no estaba tan seguro era si cada uno de los mortales escogía el tipo de amor o era al revés. El caso es que el mundo se puede dividir entre los que disfrutan el amor y los que lo padecen: él era de los últimos.
Una vez tan sólo,  apenas en una sola ocasión sintió su boca y de eso hace mucho. Ha pasado tanto tiempo que todo lo que rodeaba a aquel beso se le aparece borroso. Sin embargo, podía saborear con detalle aquellos labios que un solitario día fueron para él. Todavía hoy, décadas después, nota que el corazón se acelera al recordarlo. 
Fue una casualidad que coincidiera con ella en el Trinity, pues no era un local que él frecuentara. Saboreaba una Murphy y observaba hipnotizado como las pequeñas burbujas de aire subían por el líquido tostado mientras trataba de olvidar el penoso día de trabajo.  Levantó la vista y allí estaba ella acompañada con un tipo con quien tomaba una copa de vino. Fue ella la que tomo la iniciativa de acercarse  y saludarle. Después de tanto tiempo volvía a escuchar su voz, sonaba sosegada y dulce, recordó el olor de sus cabellos y a perfume. Sensual como siempre, cada gesto, cada movimiento de su boca era una daga que lo atravesaba, un pelotón de fusilamiento que le dejaba el corazón como un queso gruyere. Le presentó a su marido y le contó que como cada catorce de febrero acudían a aquel local para celebrarlo en el sitio donde se conocieron.
Desde aquel día, cada año en el día de los enamorados visita el Trinity, a esperarla. No está seguro si quiere que algo suceda. Desea que un gesto le lleve de nuevo a saborear aquellos labios, también tiene miedo de que una palabra o un silencio le arranque definitivamente cualquier esperanza. Tras tomar el último sorbo de cerveza, abona la cuenta y mientras se despide del camarero, la mira por última vez y sale a la calle. La noche es muy fría, se sube los cuellos, coloca las manos en los bolsillos del abrigo y camina despacio esperando que una voz le haga volver. Sabe que le ha tocado padecer el amor imposible, el amor perfecto porque nunca se agota, porque nunca se consigue. Es entonces cuando se detiene, enciende un cigarrillo, se gira, mira la calle oscura y vacía y piensa: “quizá el año que viene”.

Sit tibi terra levis.

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