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7 de enero de 2018

LUGARES


Cuando se empiezan a tener canas, uno comprende que todo esto no es un juego donde los buenos ganan y los malos pierden. Por desgracia y guiado por la evidencia, soy de los que afirman que los segundos suelen vencer, sobre todo a costa de los primeros. Pero, dejando de lado esta realidad, acumular calendario a las espaldas también hace que la mirada sea más serena y nos demos cuenta de que somos lo que somos por lo que hemos vivido. Viene esto a cuento porque hace poco leí una entrevista en la que José Luís Márquez —el cámara que ha recorrido innumerables conflictos bélicos por todo el mundo, para servirnos  imágenes en los telediarios— decía una frase de las que hacen reflexionar: “hay lugares de los que nunca se vuelve”. 
Las palabras del veterano periodista deberían llevar a que cada fulano mire hacia atrás para lamerse las heridas y claro está, yo también las tengo. Cuando se ha visto morir a varias centenas de personas, cada una de ellas con sus virtudes y su miserias, unas negándose a marcharse y otras aceptando el final con una serenidad que ya querrían para sí algunos héroes de pacotilla, resulta que en esos trascendentes momentos, comprendes un poco mejor la miserable condición humana. Son esos momentos y esos lugares a los que continuamente me asomo para intentar comprender esto que se llama vida. 
Cada uno desempeña su papel lo mejor que puede o que le dejen. No se trata de juzgar si somos mejores o peores actores, de eso, se supone, serán los dioses y en la otra vida los encargados de pasarnos la factura. Pero los fantasmas acuden de vez en cuando a su fiel cita, y no lo hacen para susurrarte “muy bien chaval, lo hiciste del carajo” o en forma de mala conciencia, aparecen sólo para decirte que estuviste allí y que, de vuelta al mundo real, serás tú quien debas hacer lo que te venga en gana con esos recuerdos. 
No son pocas las veces en las que alguien, cuando le cuentas que pasas gran parte de tu vida con los moribundos, en un intento de quitarte un supuesto peso de encima, te dice que estarás acostumbrado. Es entonces cuando a las personas lúcidas —con los imbéciles no merece la pena molestarse— les explico que a la muerte no se acaba uno de acostumbrar nunca, simplemente se la acepta.  También explico que no se asimila igual la muerte de un anciano que la de un niño —la de éste va contra natura— y que gran parte de los males de esta sociedad tienen su raíz precisamente en no asimilar lo evidente: todos tenemos que morir.
Cuando leo la entrevista a José Luís Márquez pienso que hay frases que resumen la biografía de un individuo y dicen todo de la vida que llevó.  Por ello, me paro y recuerdo mis lugares de los que nunca volveré, quizá porque no sabría, pero sobre todo porque tampoco estoy seguro de que quisiera hacerlo.  

Sit tibi terra levis.

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