No soy aficionado a los sorteos. Sin embargo suelo jugar a la lotería de Navidad —como Dios y la tradición manda—. No soy de los que el día del sorteo me siento frente al televisor y voy comprobando si alguno de los números agraciados con suculentos premios coincide con los décimos que he adquirido, pero sí tengo la esperanza de que un compañero de trabajo o familiar me llame para comunicarme que hemos sido agraciados con un buen pellizco. No, no es que haya sucumbido al pecado capital de la avaricia, más bien tiene que ver con un tratamiento de higiene mental.
Sabiendo que el día antes del esperado sorteo tenemos las elecciones catalanas, es comprensible que busquemos algo a lo que agarrarnos, porque me temo, que una vez queden cerrados los colegios electorales, la vida seguirá igual —como dice la canción—. Los catalanes, lo quieran o no, son muy parecidos al resto de los españoles, y de la misma forma que a nivel nacional a pesar de los infinitos casos de corrupción, recortes sociales y en las libertades, y no sé cuantos centenares de fechorías cometidas, el Pepé volvió a ganar las elecciones. Pues como decía, de la misma forma, creo que los catalanes tampoco van a cambiar mucho y a pesar de lo que han visto y vivido en estos meses, el resultado electoral no sufrirá mucha variación. Por lo tanto, el problema no es sólo que tendremos que sufrir este insoportable círculo vicioso por bastante tiempo, sino todo lo que ello conlleva. En descargo del sufrido votante catalán hay que decir que les debe de resultar tremendamente complicado elegir candidato, visto lo visto y el nivel que manejan.
Ahora, en las innumerables tertulias de los distintos medios de comunicación, hablan sobre la fractura social y la división que se ha producido entre los ciudadanos. Pero ¿qué esperaban? Desde ambos lados se han empeñado en sembrar la discordia durante mucho tiempo, lo ocurrido en las últimas fechas no es más que el resultado de ir abonando, durante años, el terreno del odio hacia lo español, por un lado, y el odio a lo catalán por otro. No se trata de que ahora se haya evitado que se marcharan, se trata de si se quieren quedar, y mucho me temo que el resultado actual es que Cataluña ya se fue hace tiempo.
Por lo tanto, lo mejor es levantarme el día del sorteo y escuchar la cantinela de números de los niños San Idelfonso. Siempre será mejor pensar que con cada número habrá gente descorchando botellas de cava —seguro que en esos momentos olvidaríamos el boicot a los productos catalanes— que volver otra vez a escuchar los mismos mensajes, de los mismos mediocres, en el mismo escenario. Por cierto, creo que también ayudaría que en el sorteo se volvieran a cantar los premio en pesetas, en euros ha perdido toda la musicalidad que tenía en nuestra añorada moneda.
Sit tibi terra levis.
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