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15 de enero de 2018

LIBRERÍAS

      

       Vivir en un pueblo o en una ciudad pequeña tiene sus ventajas, pero también acarrea algunos inconvenientes. Entre estos últimos está que cada vez quedan menos comercios dedicados a la venta de libros, no digo ya de uno donde deleitarse con infinidad de ejemplares clasificados por autores o temática. Soy de los que todavía dispongo de una librería de cabecera, un pequeño local cerca de casa en el cual realizo mis pedidos. En alguna ocasión recurro a internet para hacerme con un ejemplar muy particular, pero lo habitual es que me acerque a la librería y sienta gran tranquilidad al ver que permanece abierta a pesar de que corren malos tiempos para la letra impresa.
Quizá sea esta ausencia, de que en mi pueblo no haya grandes librerías, lo que hace que cuando veo alguna no pueda evitar pasar a su interior. Cuando viajo me siento igual de atraído por las piedras de una catedral o las pinturas de un museo, que por las estanterías de libros. Recuerdo que en Praga entré en un local —no recuerdo el nombre, cosas de la edad supongo— y como no tengo ni idea de checo, me dediqué durante un buen rato a husmear algunos libros e intentar reconocerlos. A poco de estar allí observé a una mujer que escudriñaba las estanterías, cogía los libros con cuidado, acariciaba la portada, lo abría y leía unas lineas. Con algunos esbozaba una sonrisa y con otros se mordía levemente el labio inferior. Pasado un instante, se acercaba las paginas, las olía, cerraba el libro y de nuevo lo colocaba en la estantería. 
Continuó pasando de estantería en estantería, de libro en libro. Creí reconocer a algunos clásicos en sus manos. Dedicó más tiempo a un ejemplar, observé como sus manos rozaban cada página, sus dedos deformados pasaban las hojas con delicadeza y le dejo una esquina mínimamente doblada para devolverlo a su sitio. Se apoyó sobre su bastón y la anciana salió del local sin decir nada.
Si pudiera, volvería a aquella librería, me sentaría en uno de los cómodos sillones para esperar a que la anciana llegara y saber cual sería el próximo libro que iba a leer. 

Sit tibi terra levis.

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