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15 de noviembre de 2017

BROMAS


     Al final, todo tenía una explicación. Ya me lo decía mi abuela: las cosas no siempre son lo que parecen. No son pocas las veces que nos tomamos todo a la tremenda, cuando la realidad es que en la mayoría de las ocasiones estamos ante nimiedades de la vida.

     La declaración de Carme Forcadell en el Tribunal Supremo es un claro ejemplo de lo dicho en el párrafo anterior. Estábamos todos con los pelos de punta, poniéndonos en lo peor y preparando el cuerpo para el desastre y resulta que la declaración unilateral de independencia en Cataluña era algo simbólico, un paripé, una broma de mejor o peor gusto (dependiendo de donde pongamos el nivel del sentido del humor) en la que todos hemos caído como unos pardillos.

     Fueron muchos los que han pensado que el tema independentista no llegaría a ningún lado. Sobre todo porque la forma de hacer esta independencia no difería mucho a como se hacen las cosas en el conjunto del país. Desde una declaración en un parlamento medio vacío -con las caras tan tristes que más bien parecía que habían matado a Manolete-, pasando por una infinidad de despropósito y rematando la faena con la huída de Puigdemont y alguno de sus secuaces. Viendo el espectáculo se podía decir que por la forma de hacer las cosas tenemos más cosas que nos unen de las que nos separan.

     En mi descargo tengo que decir que algo me estaba oliendo. Antes del archiconocido referéndum ya intuía muchas situaciones divertidas con todo el asunto. La confirmación de que nos la estaban dando con queso fue cuando reunidos en el parlamento catalán declararon la independencia. No me terminaba de creer que los metódicos y serios catalanes podían llevar a cabo tan memorable momento histórico de forma tan cutre y chapucera. Esa forma de actuar es más propia de nosotros los andaluces, tan dados siempre al despiporre y el cachondeo, por no hablar de nuestra habitual tendencia a la holgazanería, que tantas veces nos recuerdan nuestros hermanos catalanes. 

     Ahora, lo que queda es esperar a que alguien avise a Puigdemont para decirle que la broma ya se ha descubierto y que se venga para acá, que la gente está desternillada por el suelo de la risa. Bueno, todos no, a los que le dieron algún palo el uno de octubre no les habrá hecho ni pizca de gracia, pero tampoco se puede hacer reír a todo el mundo. También deberían avisar al personal, para que en las elecciones exijan llevar a cabo una nueva broma y así no votar la misma (ya no tendría ningún tipo de gracia). También, deberían agradecer a Mariano Rajoy su actuación estelar a la hora de seguir la broma. Por último, esperemos que a todos estos bromistas les pille un juez con el “aje” suficiente para que no los empapelen hasta las orejas.


Sit tibi terra levis.

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