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16 de octubre de 2017

OCHO SEGUNDOS

Sabemos que el tiempo no es constante, sino que depende de la velocidad. Los humanos no percibimos el intervalo de ochos segundos de la misma forma que la mosca del vinagre, por poner un ejemplo. Ni siquiera entre nosotros, los que pertenecemos a la misma especie, a los humanos me refiero, no a la mosca del vinagre, aunque compartamos casi la totalidad del genoma , tenemos la misma percepción de esos ocho segundos. Así, lo que para unos puede ser un instante brevísimo, para otros puede no parecerlo. En ocho segundos, pueden ocurrir muchas cosas: un tropiezo mientras leemos el whatsapp, una eyaculación precoz, o una mirada que enamore. O puede que no pase nada como cuando estamos en el sofá idiotizados mientras Paqurrín o Belén Esteban intervienen en algún programa de Telecinco.
En estos días hemos asistido a una prueba irrefutable de la relatividad del tiempo. Así, en un período de ocho segundos, Puigdemont ha declarado la República Independiente de Cataluña y la ha suspendido. Algunas personas verán con normalidad estas formas  de proclamar la independencia, pero otros no nos terminamos de acostumbrar a estas modernidades. Cuando escucho la palabra independencia no puedo evitar acordarme del levantamiento del 2 de mayo y  del mismísimo general Castaños dándole estopa en Bailén, como hasta entonces nadie en toda Europa le había dado, a las tropas napoleónicas. Esos sí que se jugaban los cuartos y el gañote por conseguir sus objetivos.
Pero no, en la actualidad resulta que los actores principales de esta tragicomedia quieren pasar a la historia como héroes sin mancharse el traje. Cuando la realidad es que a poco que en el futuro tengamos una sociedad medianamente lúcida, los personajillos serán reconocidos como auténticos bufones. Imaginémonos a esos colegiales el día de mañana viendo las imágenes de cómo Cataluña consiguió o no la independencia: desde el recuento de votos en una iglesia mientras celebraban o simulaban celebrar una misa, hasta el culmen de declarar y suspender la independencia en los ya famosos ocho segundos, todo ello aderezado con la vergonzosa imagen del líder catalán del Pepé arengando a unos policías, dando más, por desgracia, una imagen de hooligans partidistas que de fuerzas de seguridad. 
Pase lo que pase, seguro que nos quedan por ver muchos "ocho segundos" de gloria, quien crea que el espectáculo acabará pronto, se equivoca. No tenemos por ninguna de las partes estadistas de altura, ni siquiera gente leída; quizá con que sólo leyeran El arte de la guerra de Sun Tzu ya tendríamos mucho ganado. Sin embargo, no se trata de convencer a la otra parte, se trata de derrotarla y exterminarla, algo muy de aquí.  Lástima que Berlanga no esté vivo, tendría materia prima en abundancia para deleitarnos con alguna película.

Sit tibi terra levis.

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