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19 de septiembre de 2017

INDEPENDENCIA

Abrí la puerta y exclame: ¡Por fin en casa! Después de pasar unos días de vacaciones ya echaba de menos la tranquilidad del hogar. Me disponía a deshacer las maletas, a mirar con tristeza el frigorífico casi vacío y a poner en movimiento la lavadora, cuando de fondo oí a los vecinos del quinto discutir. Al principio lo hacían con un tono bajo de voz por lo que no podía saber lo que hablaban. Pero a los pocos minutos comenzaron los gritos, los reproches y las amenazas: “la niña se quería independizar”.

La niña, en plena adolescencia, decía una y otra vez que tenía derecho a decidir sobre su futuro, mientras los padres le replicaban continuamente que sabían qué era lo mejor para ella, que sus amigas le habían metido muchos pájaros en la cabeza. Estuvieron largo rato echándose en cara cosas del día a día: que si la paga semanal era muy pequeña, que si quería más dinero debía estudiar más, que si ella era tan distinta a sus hermanos que  hablaba diferente, y un sin fin de cosas más.

El enfrentamiento cada vez era más insostenible. La chica dijo que a principios del mes siguiente comunicaría su decisión final. Los padres, muy enfadados, respondieron que con esa actitud acabarían por castigarla sin utilizar el móvil en casa. La joven dijo que no podían impedirle utilizarlo en su cuarto y recibió un “eso ya lo veremos” por parte de la madre. Mientras, el resto de hermanos guardaban silencio, incluso uno que no mucho tiempo atrás también planteó la idea de independizarse y golpeó a sus hermanos para conseguirlo. 

Faltó tiempo para que el resto de vecinos se enteraran del problema y formaran corrillos en el rellano. Los hubo que dijeron que en ningún caso la comunidad permitiría que la niña abriera una puerta al pasillo comunitario, otro preguntó que si se independizaba a ver dónde colocaría el contador de la luz y el agua, también hubo quien planteó que la niña no podría participar en el campeonato de dardos del barrio que tantas veces había ganado. También había quien la comprendía, decían que el padre no era trigo limpio, que incluso había visitado el juzgado en alguna ocasión por sus oscuros negocios. Una vecina afirmaba que en aquella casa había una mordaza que utilizaba cuando algún hijo protestaba o pensaba distinto al padre. Por supuesto, muchos del vecindario pensaban con preocupación que en todo aquel disparate eran tan culpables los padres como la niña.

Reconozco que la situación despierta mi interés por saber qué pasará cuando llegue el próximo mes. La niña no ha explicado cómo pagará la ADSL o si instalará una cocina en su cuarto. Sólo se ha dedicado a llevar a su casa a las amigas para formarle bronca a los padres. Por su parte, los padres están controlando más las salidas de la muchacha y me he enterado  de que le acaban de cortar el móvil porque saben que eso le fastidia mucho. Pero lo único que realmente me importa es que llegado el desenlace, no griten mucho, para que no me molesten a mí, y sobre todo a mis hijos.


Sit tibi terra levis.

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