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25 de junio de 2017

¡QUÉ CALOR!

        Hay que echarle mucho valor para salir a la calle estos días. Al calor que nos marcan los termómetros, tenemos que añadirle el calor que nos entra por el interior del cuerpo apenas miremos a nuestro alrededor. En este país parece que le hemos cogido cierto gusto a echarle guindillas a todo, y no me refiero al aspecto puramente gastronómico, me refiero a la Política, a la Educación, a la Economía, en resumen, a la sociedad en general. Y la verdad, tanto picante genera un calor estomacal que se vuelve insoportable.

Atrincherado bajo el agradable chorro del aire acondicionado, leo como nuestros dirigentes nos tratan como si fuéramos imbéciles —pero sin el “si fueramos"—.  Esta forma de manejar los designios de nuestro reino para nada es algo novedoso, más bien se trata de una forma de proceder que se ha mantenido a lo largo de nuestra larga historia. Lo que ocurre, es que en estos tiempo disponemos de los medios necesarios para salir de la imbecilidad y si queremos seguir en este estado es por nuestra propia cuenta y riesgo.

Leía cómo el consejero de educación de la comunidad madrileña recomendaba la elaboración de abanicos de papel por parte del alumnado, para combatir las calores que soportan los infantes en las escuelas. El asunto, como broma quizá le provoque la risa al personal, pero no es  forma de proporcionar soluciones a los problemas de la comunidad educativa nos ofrece una clara visión de en las manos de quién estamos. Podríamos sospechar que las desafortunadas declaraciones del político quizá tuvieran que ver con un golpe de calor, pero no. Pocos días antes, la consejera de educación de Andalucía también defendió la idea de que no era necesaria la instalación del aire acondicionado en nuestros colegios. Esta coincidencia de pensamiento nos proporciona una muestra más de que en este país el interés de nuestros dirigentes por la educación es nulo. Tan evidente es la forma de actuar de nuestros admirados dirigentes políticos,  que han pasado cuarenta años de democracia y todavía no han sido capaces de ponerse de acuerdo para establecer un sistema educativo de calidad y de garantías. Todos los esfuerzos los centran en proponer formas educativas encaminadas al adoctrinamiento y a la formación del futuro gilipollas español —imagino lo frustrante que debe ser el trabajo del maestro en nuestro país—.

También debemos ser razonables y pensar que el elevado coste que tendría colocar el aire acondicionado en todos los centros escolares, haría muy complicada la tarea.  Pero leer inmediatamente después que le hemos perdonado sesenta mil seiscientos millones de euros a la banca hace que cuando uno mire el termómetro piense que quizá ha llegado el momento de que se rompa.  Así que visto lo visto, quizá nos hace falta más calor: la calor que nos daría la gasolina rociada de norte a sur y de este a oeste —a la cerilla, invito yo—.


Sit tibi terra levis.

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