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24 de abril de 2017

SOBRE EL ALMA Y OTROS TUBÉRCULOS

        En la fotografía puede parecernos que una persona viene y la otra va. Desconozco si ambas realizan un paseo matutino o vespertino. Pero en este escenario, Alepo, poco importa a donde se vaya o de donde se venga. Los cada vez menos habitantes de esta ciudad pueden tirar una moneda al aire para decidir hacia qué punto cardinal quieren ir, el resultado no suele diferir mucho entre uno y otro, la destrucción en el mejor de los casos y la muerte en el peor, suele acompañar durante todo el camino.

En la foto tampoco se aprecia el alma de estas dos personas. El alma siempre tiene la manía de esconderse, dicen que se asienta en lo más interior de nuestro cuerpo. Quizá sea este motivo por el cual imagine el alma como si fuera un tubérculo, no sé si una patata o un boniato. Pienso que el alma, al formar parte del cuerpo, puede enfermar y desaparecer. No sólo la metralla o el gas sarín nos la puede arrancar de cuajo, también la desesperanza hace que abandone el cuerpo.

En Europa no nos preocupamos por la almas de la gente de Alepo. Algunos creen que esta despreocupación tiene que ver con los varios cientos de kilómetros que nos separan, que la distancia ejerce un efecto reparador en nuestras conciencias. Quizá la conciencia sea otro tipo de tubérculo,  éste, enterrado en nuestro cerebro. Pero en la vieja Europa, la conciencia hace tiempo que enfermó, no hace tanto que tuvimos nuestra ración, bien servida, de desvergüenza y cobardía, cuando permitimos la barbarie en nuestro propio territorio, en la guerra de los Balcanes. Ahí no había distancia para nuestra conciencia y lo único que hicimos fue mirar hacia otro lado.

Continuemos con nuestros tubérculos bien enterrados, al menos hasta que les toque a nuestras almas. Quizá entonces, también sanemos la conciencia, pero será demasiado tarde.


Sit tibi terra levis.

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