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16 de abril de 2017

CON LA CRUZ A CUESTAS


        Los cámaras intentan ganar el espacio suficiente para captar el momento, es posible que se trate de un acontecimiento importante. Mirando la fotografía, interpreto dos posibles escenarios, a cuál de ellos más terrorífico. Por un lado, puedo pensar que el recientemente dimitido presidente de la Comunidad de Murcia, el de la chaqueta azul, es el mismísimo diablo y que el prelado, el de sotana blanca y casquete rojo, trató de repeler su ataque con el arma más poderosa contra este espécimen: la cruz. Desconozco si tras interponerla —la cruz, se entiende— el maligno quedó reducido a cenizas o salió huyendo cual ave gallinácea de corral. En este caso, habría que preguntarles a los asistentes por el final del interesante combate. La otra posibilidad, quizá la más plausible, puede que tenga que ver con una manifestación exacerbada del político para aparentar, ante los ojos de un representante del Altísimo, ser un ejemplar y ferviente seguidor de la palabra divina.

No son pocos los dirigentes que desde primera hora muestran sus tendencias religiosas. Así, a la hora de tomar posesión del cargo exigen la presencia de un crucifijo. Intuyo que semejante puesta en escena tiene que ver con mostrar a la ciudadanía un plus de honradez y honestidad. Sin embargo, cuando saltan los escándalos donde el cohecho, el desfalco y la malversación inundan los rincones de las instituciones, dejan en el olvido los mandamientos divinos, sobre todo el sétimo.

Desconozco si estos políticos, que tanto esfuerzo emplean en mezclar las creencias religiosas con la vida pública, disponen de asesores eclesiásticos. Pero no les vendría mal que, de vez en cuando, se encerraran en monasterios o entornos adecuados para realizar los siempre beneficiosos ejercicios espirituales. Quizá así, con la ayuda de la meditación y la oración, descubrirían que con determinadas actuaciones en la vida se condena el alma a las calderas del infierno para toda la eternidad. Porque, supongo, que la máxima terrestre que nos dice que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, también servirá para las leyes divinas. Que ya conocemos como las gastan estos gazmoños, una vez pillados con las manos en la masa no reparan en desplegar todos los recursos necesarios para salvar el trasero, aunque ello les suponga mostrar una evidente falta de honor y dignidad: que si yo no sé nada, que esto no es lo que parece, esto es una conspiración, etcétera.

Pero en este país no hay más cera que la que arde y la imagen no sólo no avergüenza a los que sujetan la cruz, sino que además, en numerosas ocasiones, son justificados y defendidos por los obispos. Mientras, el resto del rebaño seguimos soportando la cruz a cuestas ¡Ay, Señor, Señor!


Sit tibi terra levis.

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