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29 de enero de 2017

UNA DE HÉROES


En esta España en la que todo es posible —para bien en pocas ocasiones y para mal en la mayoría de ellas—, no hay día en el que alguna noticia o circunstancia no me sumerja en un profundo desasosiego. Y aún así, en un país donde a diario salen a la luz escándalos y corruptelas, donde los golfos siempre ganan, y donde la sociedad asiste anestesiada a todo este lamentable espectáculo, resulta que de vez en cuando surge un soplo de aire que me hace retomar las fuerzas y aumentar las esperanzas para pensar que quizá algún día este país tenga un futuro mejor.

Nada más transparente que los niños. Me encanta la pureza que transmiten ya que no tienen esa pátina de hipocresía y maldad que les vamos poniendo los adultos conforme van creciendo. 

En el patio, la chillería alcanzaba todos los rincones del colegio. La mayoría de los pequeños jugaban al fútbol. Entre ellos estaba Daniel, un crío que ha aprendido que la vida es muy perra. A pesar de contar con apenas nueve años ya sabe lo que es sentirse abandonado. Pasó algunos años en un lugar apartado de sus padres —los detalles que lo llevaron allí podrían los pelos de punta a más de uno— y ahora trata de adaptarse, no sin dificultad, a su nueva familia, a su nueva escuela, a su nueva vida. Es cierto que cuando llegó, en no pocas ocasiones recurrió a los puños para resolver los asuntos, este hecho le dio cierta fama entre sus compañeros, no pocos recreos a la sombra y casi total ausencia de amigos.

La jugada se sucedió con rapidez y Daniel tuvo la mala suerte de golpear al otro niño cuando se giró. El labio roto y el llanto atrajeron la atención de todo el patio. La profesora de guardia acudió para conocer de primera mano qué había sucedido. Como si del Facebook se tratase, comenzaron los veredictos. Todos culpabilizaban a Daniel por su intencionalidad aunque casi nadie había visto lo ocurrido. Ni siquiera hizo el intento de defenderse, ya había vivido aquello en otras ocasiones y sabía que el esfuerzo sería inútil. Incluso hizo el ademán de irse hacia la clase a cumplir la pena que casi con toda seguridad le iba a caer. Sin embargo, cuando la maestra se disponía a emitir la sentencia, una vocecilla se hizo oír: “ha sido sin querer, se ha dado la vuelta y chocaron” —todos se quedaron en silencio— ”lo que pasa es que a Daniel le echan la culpa de todo porque no tiene amigos que lo defiendan” —añadió.

Todavía existen héroes. Quizá este pequeño defensor de la verdad crezca sin perder su valentía y siga anteponiendo el honor a otros intereses. Será la forma de que algunos sigamos teniendo un rayo de esperanza y estemos al lado de los que opinan que también hay justos en Sodoma.


Sit tibi terra levis.

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