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15 de enero de 2017

HUMOR


Imagínese que se encuentra en la plácida hora del almuerzo. Acompañado por la familia y con las noticias de la televisión como banda sonora de fondo,  degusta el potaje que tanto placer culinario le produce -ese que lleva su generosa dosis de colesterol en forma de chorizo y morcilla-. Tras dar buena cuenta de los garbanzos, se dispone a darle su merecido a la "pringá" y es entonces cuando uno de sus hijos le provoca el atragantamiento cuando comenta que de mayor quiere ser sereno. Una vez pasada la sorpresa inicial, le explica que esa profesión ya no existe. Ni esa ni la de cisquero, recovero, pregonero o colchonero. Pues quiero ser humorista -dice el tierno vástago. 

La de humorista no es una profesión extinta -pero va camino de serlo-, aunque puede ser catalogada de alto riesgo. Desde hace ya algún tiempo está mal visto tener sentido del humor y no digo ya hacer humor. Si encima, tienes la poca conciencia de mostrarlo en público, entonces amigo mío, la has cagado, kaput, has cavado tu propia tumba. Miren lo que le está pasando a una chica de veintiún años que ha publicado un chiste en Twitter y le piden más de dos años de prisión. 

Con independencia del tema del chiste, que a uno gustarle más que a otro o que sea poco o muy gracioso, lo que deberíamos saber es que antes de cogérnosla con papel de fumar, habría que partir de que la mayoría de los chistes nacen de algún tipo de drama. Sin embargo, ahora, no hay colectivo o incluso algún fiscal - y supongo que en este país no hay casos más importantes que la Justicia deba atender- que no ponga el grito en el cielo por algún chiste. A este ritmo habrá que buscar hacer los chascarrillos sobre los baobabs o el espárrago triguero -suponiendo que las citadas especies aún no cuenten con  asociación o fiscal amante de los vegetales que les defienda-. Y digo yo, por qué no llevar a los tribunales a todos los que han contado chistes de : feos, gordos, maricas, jorobados, tartamudos, asesinados, leperos, andaluces, catalanes, vascos, dios, la virgen, el espíritu santo, cornudos, borrachos, putas, niños... y así hasta donde se nos ocurra. 

Dicho esto, mire al crío, dígale que mejor haga una ingeniería y que cuide mucho su sentido del humor en las redes, vaya a ser que se arruine la vida. Después insístale en que se coma todos los garbanzos, pero sin abusar, no sea que le ocurra como al del chiste de Paco Gandía: suerte tuvo el maestro del humor de no vivir en estos tiempos. El humor es algo más serio de lo que mucho imbécil se cree.


 Sit tibi terra levis.

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