La imagen pudo tomarse en cualquier parte del planeta. No sería extraño que la escena se hiciera en una gran ciudad como Filadelfia, Berlín o Barcelona, incluso pudiera ocurrir en un pueblo de Dakota del Norte, del Aljarafe sevillano o en mi propio pueblo.
Lo fácil y quizá lo más lógico, sería pensar que las personas retratadas utilizan gafas para ver en tres dimensiones la última película de Tom Cruise o Las cincuenta sombras de Grey. Pero no, yo las veo como unas gafas que nos proporcionan nuestros dirigentes —elegidos o no democráticamente— para que sólo podamos ver lo que ellos quieren.
Si jugamos a buscar a Wally, podemos encontrar a dos personas que no lleva colocadas esas diabólicas gafas de ver lo que interesa. Imagino que uno de los sujetos en cuestión va a encender un truja para poder digerir el espectáculo. Quizá, en una fotografía posterior aparezca vomitando. No es para menos. No siempre es agradable ver a miles de cadáveres flotando por el Mediterráneo, ni a tipos forrándose a costa de las penurias de otros, ni soportar a golfos dirigiendo países. Si tuviera que elegir, me quedaría conversando con él. Cansa hablar siempre con los de las gafas, de oír los mismos argumentos, sus razones no razonadas, sus actitudes acomodadas, sus servilismos y tanta mediocridad.
El hombre sin gafas también transmite esperanza. Quizá le susurre al que tiene a su lado lo que ve, le incite a quitarse las gafas y a contárselo a otro. Al final, sólo los imbéciles y los cobardes llevarán puestas esas gafas, por lo que el mundo quedará liberado ¿Utopía? Seguro, pero cambiar la mirada es la única forma de pensar que hay solución. Quitémonos las gafas.
Sit tibi terra levis.

No hay comentarios:
Publicar un comentario