La otra noche tuve un sueño de lo más extraño, quizá por los misterios que encierra la mente, mi cerebro tuvo a bien que volviera a recordar una imagen que presencié cuando era un pequeño imberbe. Eran unos buitres dándose un festín con los despojos de una cabra, un caballo o un burro —este último detalle no lo recuerdo bien dada mi corta edad cuando sucedió —. En el sueño, la escena había cambiado en algunos detalles que paso a relatarles, a ver si de paso, algún psicoanalista consigue encontrar remedio a mi cabeza.
Todo ocurría en el Congreso de los Diputados, sobre el cadáver —aún caliente— de una senadora imputada por el Tribunal Supremo por blanqueo en el marco de la operación Taula. Se situaban sobre el cuerpo numerosos buitres que disfrutaban del banquete que les proporcionaba, una vez más, la muerte. Lo raro del sueño era que algunos buitres tenían rasgos humanos. Observé a uno que ejercía de portavoz de su grupo y a otro que en algunos momentos jugaba al Candy Crush —caprichos oníricos, supongo—. Mientras llenaban sus estómagos explicaban al resto las causas de la muerte de la senadora. Contaban que la habían matado en una cacería o que incluso había sido condenada a muerte. Otra ave carroñera, que hablaba como encargada de la justicia, reprochó las barbaridades vertidas sobre la difunta sin prueba alguna.
Desperté algo sobresaltado, pero fui tranquilizándome al pensar en lo absurdo de mi sueño ¿Cómo iba una senadora a morir víctima de una persecución mediática? ¿Acaso los compañeros no saldrían en su defensa? Incluso la acompañarían a declarar al Supremo si fuera necesario para demostrar semejante injusticia. ¿Cómo iba a permitir el máximo responsable de la Justicia que se acusara a alguien sin pruebas? Eso sólo ocurre en repúblicas bananeras. Pero qué hacía yo prestándole atención a unos buitres que explicaban las causas de la muerte de alguien, cuando todos sabemos que los encargados de esos menesteres son los forenses. Estos que siempre andan cortándonos la respiración cuando concluyen que la gente se muere de infartos por el colesterol, la vida sedentaria y todas esas cosas. Además ¿Quién en este país iba a aprovechar la muerte de alguien para sacar tajada?
Menos mal que todo se trató de un mal sueño.
Sit tibi terra levis.

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