Soy consciente de que será una batalla que posiblemente pierda. Lucharé con todas mis fuerzas para tratar de inculcar en mis tiernos infantes una educación basada en lo políticamente incorrecto. Sé que la tarea será dura, que habrá momentos en los que tenga la tentación de izar la bandera blanca y claudicar ante esta sociedad que nos ha tocado vivir. Pondré todo mi empeño en esta guerra, ya que nuestros dirigentes son los primeros interesados en potenciar este programa de idiotización ciudadana al que, desde hace tiempo, nos tienen sometidos.
Raro es el día en el que no se crucifique a alguien por salirse del cada vez más estrecho camino de lo políticamente correcto en las redes sociales. Un maravilloso lugar virtual donde se le da el mismo valor a la opinión de un imbécil que a la de un premio Nobel. No es difícil encontrarnos con etiquetas como: machista, racista, terrorista, extremista y un largo e infinito etcétera. Cualquier adjetivo se aplica sin piedad por legiones de internautas que ejercen como policías de lo políticamente correcto.
Tenemos muchos ejemplos. En estos días, han lanzado por la red un boicot contra Fernando Trueba y su última película. El motivo es que el director de cine reconoció hace unos meses que no se sentía español. Ahora, los encargados de decirnos qué es ser patriota y qué no lo es, nos indican que no debemos ir a ver su película. Otro ejemplo es el caso del diputado de Esquerra que puso a parir al Pesoé en el Congreso y, lejos de ser rebatido con argumentos, fue puesto en entredicho por la forma —precisamente en el lugar que se supone que es la cuna de la libertad—. También cuando Felipe González y Cebrián no pudieron dar una conferencia en la Universidad por una protesta estudiantil, cuando este foro hubiera sido el lugar ideal para preguntarles por turbios asuntos del pasado y del presente.
Lo políticamente correcto es el arma de nuestros dirigentes para conseguir imponernos sus ideas. Es la herramienta para llevarnos a los valores que ellos consideran como aceptables. Nadie se extraña ya de que nuestras autoridades impongan la censura bajo el prisma de lo políticamente correcto: desde proponer que no se fume en las películas, pasando por “sugerir” la no representación de obras de teatro o interpretación de canciones que por algún motivo no cumplan los discutibles estándares de respeto a determinados colectivos.
Así que me niego. Seguiré dejando que mis hijos vean películas de guerra, que utilicen el plural en la palabras sin que tengan que pararse a pensar si son masculinas o femeninas, que no vean extraño que haya personas que piensen que este país tiene muchos motivos por los que avergonzarse, que escuchen a los piensan distinto porque es la mejor forma de rebatir sus argumentos, y sobre todo, que tengan claro que lo políticamente correcto es el camino cómodo de la imbecilidad.
Sit tibi terra levis
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