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16 de octubre de 2016

HISPANIDAD



Conversaba animadamente —vía whatsapp— con el novelista Manuel Machuca. Intercambiábamos ideas para la presentación de "El derbi final" —el libro que recoge una antología sobre los partidos entre el Betís y el Sevilla—, cuando al final de nuestro diálogo me despedí indicándole que tenía que trabajar. El palangana amigo comenzó a bromear diciéndome que no era un patriota, que dónde se había visto trabajar el día de la Hispanidad. 

Este que suscribe tiene una paupérrima memoria para todo tipo de onomásticas. Imagínense, si olvido comprar algo de lencería fina para mi novia —utilizo este término con mi esposa para engañarme y creerme que todavía soy joven— en el día de su santo, cómo no voy a olvidar que hay un día dedicado a la Hispanidad. Porque, no nos engañemos, el citado día no despierta mucho entusiasmo en nuestro amado país y yo no soy una excepción.

Dejando de lado las polémicas que cada uno se quiera buscar para festejar o no el citado día, debemos asumir que la celebración está al nivel del país, es decir, es de lo más cutre. Los actos prácticamente se reducen al desfile militar y a la comilona que da nuestro admirado  Rey, de la cual, los españoles sólo vemos como cada invitado pasa a darle la mano y alguna que otra genuflexión. Este detalle se agradece, pues la chusma siempre puede encolerizar, en época de vacas flacas, si somos testigos de platos con abundancia de marisco y del apreciado ibérico.

Sería conveniente que el desfile no estuviera sólo reservado a la participación de nuestras diligentes fuerzas armadas y a cabrones de cuernos dorados. Quizá deberíamos abrir el abanico de las posibilidades y que desfilaran otros gremios de nuestra cultivada sociedad. Quedaría de los más hermoso ver cómo participan en la fiesta a bomberos, cobradores del frac, sanitarios, sepultureros, mafiosos y corruptos, políticos honrados —estos deberían, por razones evidentes, ir con la cara tapada—, exiliados económicos y saltimbanquis. Además, estos desfiles deberían extenderse por el resto de nuestra geografía, así, atenderíamos a las identidades más particulares de cada autonomía: podrían desfilar jóvenes y jóvenas de Navarra ataviados como en San Fermín, mientras en Andalucía  desfilarían carriolas con sus convenientes rocieros.

Seguro que con algunas medidas populares como éstas, nuestra fiesta de la Hispanidad tendría el arraigo que se merece en el corazón de cada uno de los desagradecidos españoles que seguimos trabajando en tan señalado día.  


Sit tibi terra levis.

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