A cierta edad, la capacidad de sorpresa va menguando en la misma proporción que los años que nos quedan por vivir. Quizá lo uno va ligado con lo otro y determinadas experiencias de la vida, aderezadas con un poco de biblioteca, acentúan esta pérdida. Sin embargo, siempre hay algo que no deja de sorprendernos y a este que suscribe le sorprende que algunos se sorprendan con ciertas cosas. No, no es un trabalenguas.
A raíz de la muerte del torero Víctor Barrio en la plaza de toros de Teruel, se ha desencadenado un intenso fuego cruzado en las redes sociales. Se han podido leer todo tipo de barbaridades y no pocas mofas en torno a la desgracia sufrida por el joven. Porque, qué yo sepa, o el mundo ha cambiado mucho o perder la vida es una desgracia. Lejos de entrar en consideraciones morales, éticas o penales sobre hasta donde llega la libertad de expresión o entrar en el debate sobre la tauromaquia —a mí, personalmente, los únicos toros que me gustan son los que pinta Alfonso Gómez Casas y recomiendo la visita a su página—, como decía, lejos de entrar en ciertas consideraciones, lo que me llama la atención es que no son pocos los que se han sorprendido de esos comentarios.
En este país, desde tiempos inmemoriales el deporte nacional es darle estopa al vecino, cuanta más mejor y si lo puedes rematar en el suelo pues eso que te llevas. Lo publicado con la muerte del muchacho no es algo excepcional, no varía mucho con lo que se ve a diario. Lo que cambia es la profesión: en otras ocasiones es un policía o guardia civil, a veces un bombero, otras un ladrón —en cierto modo también es su profesión—, una prostituta… y así hasta el infinito y más allá. Sin embargo, parece que pasamos más por alto determinadas actitudes. Por ejemplo, cuando un obispo tacha de enfermo a un homosexual o menosprecia a las mujeres, o cuando Rafael Hernando acusa a las familias de las víctimas del franquismo de buscar subvenciones, o cuando el banderillero lanza una patada voladora al activista antitaurino. Así que no nos equivoquemos, todas son caras de la misma moneda, no debería de sorprendernos ni unas ni otras.
Dicho esto, y partiendo de la base que las redes sociales son lo que son: no existe ningún filtro que separe la opinión del Nobel de Física de la del imbécil de turno —y por desgracia, de lo segundo abunda y de lo primero escasea—. Debemos de tener muy claro que más que extremismos y radicalismo, aquí en España, lo que lo mueve todo es el cainismo. Dejemos de sorprendernos: para qué derrotar al enemigo pudiendo exterminarlo.
Sit tibi terra levis.
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