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15 de mayo de 2016

PREGUNTAS

Lo curiosos que son los niños. Siempre están planteando todo tipo de preguntas al ocupado adulto. “Papá ¿por qué se casa la gente?”. Mientras cavilas la respuesta, el infante te lanza la segunda cuestión: “Papá ¿por qué le tiran arroz a los novios?”.  Con rapidez, uno se agarra a la segunda cuestión para evitar meterse en camisa de once varas con la primera. Comienzas a contestarle y temes que el tierno individuo ya esté preparando una nueva batería de preguntas: “¿qué arroz proporciona más prosperidad? ¿el bomba o el vaporizado?”.  De esta forma, los niños satisfacen sus ansias de conocimiento asomándose al hondo pozo de la sabiduría de los maduros.

Por su parte, el adulto se colma de satisfacción cuando sabe que da la respuesta correcta a la chiquillería, colaborando así a la obligada misión de transmitir los conocimientos de generación en generación de la humanidad. Pues en esas estaba, con una sonrisa de oreja a oreja porque conocía la respuesta a la pregunta que me planteó mi pequeño retoño: “Papá ¿Cuánto vale una persona?”. Pues muy fácil, más que chupa chups pero menos que un Ferrari. Concretamente, 250.000 euros. 

Como bien supondrá el avispado lector, la cifra no responde a un capricho personal ni a una cantidad escogida al azar. Es el precio puesto por la Comisión Europea a los refugiados. Así que si un país no quiere acoger a estas personas, ya sabe la viruta que tiene que soltar por cada uno de ellos. No importa que sea niño, viejo, alto, bajo, guapo, albino o zambo. El precio es el mismo. De igual forma, desconozco el complejo teorema matemático utilizado para llegar a la cifra. Quizá, nuestros ilustres comisionistas, estuvieron reunidos en algún Instituto Anatómico para tasar cada parte del cuerpo: “A ver, hoy estamos reunidos para saber cuánto vale un ojo de la cara”. 

Lo cierto es que el asunto refleja lo que es esta Unión Europea, un negocio. Lejos de intentar buscar soluciones basadas en la solidaridad y la humanidad –no lo digo yo, lo dicen sus principios-, trata a los refugiados como una mercancía en excedente. No será raro ver a los telediarios informando sobre si han decidido bajar la cuota de leche, trigo y de refugiados para controlar los excedentes en toda la Unión. Pero no todo es negativo y habrá quien podrá sacar provecho: que si unas comisiones por aquí, unas mafias por allá, tú te quedas con cuatro toneladas de refugiados y yo te compro tres de aceite de oliva. 

En el futuro, habrá algún niño que preguntará a sus adultos si los europeos actuales tenemos corazón y en caso de que le contesten afirmativamente, su siguiente pregunta será: ¿Y por qué el corazón les valía tan poco?


Sit tibi terra levis.

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