No hace mucho, hablaba con una amiga sobre la temeridad que exhiben muchos jóvenes en nuestra sociedad. Debatíamos si esta forma de actuar tenía sólo que ver con el revuelo hormonal, típico de la edad, o también estaba influenciada por los valores que estamos inculcando a las nuevas generaciones. Es posible que lo primero tenga su parte de culpa, pero es indudable que estamos creando unos jóvenes incapaces de sobreponerse a las dificultades de la vida. Son habituales los casos en los que, ante la aparición del más mínimo revés, se recurre a la narcosis del individuo. Es decir, nos resulta más fácil paliar las ansiedades proporcionándoles un valium, antes que explicarles que no pueden comprarle el último“esmarfón”aparecido en el mercado, entre otras cosas, porque papá sigue en paro y a mamá sólo le pagan la mitad de las horas que trabaja. No digo ya que se nos ocurriera hablarles que la vida es algo finito, que tenemos fecha de caducidad.
Una forma de reforzar la temeridad de los adolescentes es mediante el escamoteo de la muerte. Dedicamos enormes esfuerzos a tratar de ocultarla. Los jóvenes no suelen temer a la muerte porque no la ven, no existe lo que no se ve. Ya desde muy pequeños sufrimos esta ocultación. A los que tenemos cierta edad nos produce gran perplejidad leer las actualizaciones que han sufrido los cuentos infantiles clásicos. En el cuento de Garbancito, la madre ya no lo libera tras abrirle la panza al buey, sino que ahora le hace cosquillas para que lo estornude. A Caperucita Roja la hacen amiga del cazador para después irse con el lobo de fiesta tras prometer que se va a portar bien. Un despropósito. Desde la infancia hacemos que la vida sea una balsa de aceite: sin complicaciones, sin problemas, sin muertes.
Nuestros jóvenes y otros más talludos han dejado de ver la muerte como parte inseparable de la vida, ahora la ven como un fracaso, y claro, cuando hay un fracaso hay que buscar a un culpable. Por desgracia no han sido pocas las veces en la que he visto a un joven insultando o agrediendo al médico que no ha podido reanimar al padre o a la abuela. Es más fácil culpar al galeno que a las dos cajetillas de tabaco que se metía el hombre en el cuerpo todos los días, es más fácil culpar al personal sanitario que asumir que cuando se tienen noventa y muchos años, el personal se muere.
Alejar la muerte de nuestra cultura ha hecho que se aprecie menos la vida y que la gente se crea inmortal. Lo de morirse le pasa a los demás, no me va a pasar a mí, suelen pensar. Pobres infelices. La realidad está llena de sinsabores y cuanto más consciente eres de ello, más felicidad tienes cuando pasas el día sin ningún contratiempo. Cuanto más convencido estás de que un día estás aquí y al otro te quedas criando malvas, más aprecio le tiene uno a la vida y menos te apetece arriesgarla de forma absurda. Cierta vez le pregunté a un chico bastante temerario el motivo de jugarse el tipo, a lo que me contestó qué en la vida había que ser valiente. Espero que nunca tuviera que aprender que los valientes tienen la mala costumbre de morir pronto.
Sit tibi terra levis.
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