¿Se han preguntado alguna vez cuántos años les gustaría vivir? Casi con toda seguridad, la respuesta contemplará una ración generosa de años acompañada de otra, no menos generosa, ración de buena salud. Tenemos metido en la sesera que hay que llegar a los cien años y sentirnos como si tuviéramos veinte. Pues no, no sólo es imposible, sino que además, en la mayoría de las ocasiones, llegamos hechos un trapo. Será que uno ha visto algunas cosas y me da cierto tufo a que nos sobran años. Quizá, como casi siempre, esté equivocado, pero la vida, a una gran mayoría de los mortales, nos viene larga.
Al problema de sumar años con sus achaques, tenemos que añadirle que cada vez más nuestra instituciones miran para otro lado y dejan que el personal acabe sus últimos días pasándolas canutas. Sí, ya sé que siempre habrá imbéciles justificando que la caja está vacía para dedicar la viruta necesaria a nuestros más débiles. Sin embargo, es tan fácil como contemplar el enésimo caso de corrupción. Observar cómo esta banda de golfos parece no tener techo a la hora de robarnos, mientras a nuestros dependientes se les niega cualquier tipo de ayuda, da una idea del estercolero en el que nos movemos. Parece que los que nos dirigen están hechos de otra manera: manos largas y corazón de madera.
La película casi siempre es la misma, con matices, pero repetida. La camilla chirría por el pasillo y sobre ella el cuerpo caquéxico cubierto con una sábana que apenas se mueve. En su cara destacan los ojos muy abiertos y el miedo de no saber dónde se encuentra ni el por qué. Sus huesos marcados sobre la piel hacen su fatal trabajo y las llagas son muchas y variadas en forma, profundidad y olor. Cuando le hablas descubres que su mente hace tiempo que dejó de estar en disposición de comprender y quizá se encuentre ahora en vete a saber qué otro mundo. A su lado, una anciana te explica que lleva así mucho tiempo, pero que en estos días la fiebre no se le ha quitado. Reconoce que antes iban unas chicas a ayudarla, pero dejaron de ir y ahora se las apaña sola. Apostilla que lo único que pide es que Dios no se la lleve a ella antes que a su marido, si no, qué sería de él.
Ante este escenario tan habitual no es descabellado pensar que ya que nuestros dirigentes no están por la labor de rescatar a las personas, al menos nos den la posibilidad de ahorrarnos esos años de más. Estaría bien que todo aquel que quisiera pudiera cerrar su biografía con un poco de dignidad, aunque no es menos cierto, que para esos dirigentes la dignidad y el honor son palabras vacías, vacías como sus corazones.
Sit tibi terra levis
Como siempre, pero hoy más que nunca viene al caso, pones el dedo en la llaga. Me gustaría que quienes se llenan la boca de patriotismo y se atragantan con las banderas, se dieran cuenta que hacer patria es darles a sus compatriotas el mayor grado de calidad de vida, desde su inicio, hasta el fin. Ni la muerte es un fracaso de los profesionales de la salud, ni el estado únicamente una cuenta de resultados. Gracias, Marcos
ResponderEliminarGracias Manuel por tus palabras. Mucho hablan de tener visión de Estado, pero alguien les debería explicar que el Estado somos nosotros, los ciudadanos.
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