Se están perdiendo las buenas formas. Quizá sea un problema causado por el bajo nivel de educación que estamos inculcando a nuestros jóvenes, o quién sabe, si programas del nivel de “Mujeres, hombres y gilipolleces” están afectando a la neurona del personal. Lo cierto es que cada vez son menos las ocasiones en las que encontramos a una individua o individuo comportándose como una dama o un caballero.
No son pocas las personas que confunden ciertas actitudes de amabilidad o cortesía con situaciones de desprecio o debilidad hacia el sexo contrario. Quizá, habría que explicar que ceder el paso a una dama o dejarle nuestro asiento en el autobús es un acto de respeto y caballerosidad, para nada tiene que ver con ideas de menosprecio o inferioridad hacia el sexo femenino.
Hace unos días me encontraba tomando una cerveza con los amigos en un concurrido local. A nuestro lado, tres chicas emperifolladas para la noche del sábado conversaban animadamente mientras degustaban algún brebaje. Una de ellas recordaba a los dibujos manga, el flequillo de su peinado tapaba por completo uno de sus enormes ojos y sus gruesos labios pintados en rojo intenso resaltaban en su rostro. Al atractivo de la chica se le unía la pose que mantenía sentada en el taburete y hacía que todo en su conjunto le diera un aspecto de mujer fatal. Apenas llevaban cinco minutos allí cuando se les acercó el primer chorbo.
Saludó a las acompañantes y se dirigió a la diosa con un absurdo y vulgar: “te he visto entrar y me he dicho a esta tía le tengo que dar dos besos”. La joven esbozó una media sonrisa forzada mientras trataba de averiguar cuantas copas de más se habría bebido el individuo. Intentaron hacerle el vacío, pero el tonto del haba fue más allá, lejos de apartarse de ella, comenzó a susurrarle en el oído. Llegado este momento, más de uno estaba atento a la resolución del asunto. Un amigo me apuntó “este se lleva hoy un guantazo” y comenzamos a hacer apuestas sobre como acabaría todo.
Hacia el sexto o séptimo susurro, ella le puso la mano en el hombro y lo desplazó con una mezcla de delicadez y de desprecio. Apartó el flequillo, le dedicó una mirada fulminante y le dijo: “voy a ser contigo igual de cortés que tú has sido conmigo” y añadió “podría decirte que tienes que aprender mucha educación para que me fuera contigo, pero la verdadera razón es que no la tienes suficientemente grande para satisfacer mis necesidades”. Algunos espurreamos el trago de cerveza y vimos como el tipo se iba, nunca mejor dicho, con el rabo entre las piernas.
Sit tibi terra levis.
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