Corren malos tiempos para la lucidez y dentro de pocos días esta afirmación quedará de manifiesto cuando los ciudadanos de este reino depositemos nuestro voto en las urnas. ¿O acaso alguien puede pensar que estas elecciones serán distintas y cambiaremos nuestro destino? Por mucho que se diga que estos momentos marcarán un antes y un después en la historia de nuestra democracia, lo normal, es que al día siguiente todos habrán ganado, los de siempre seguiremos perdiendo y la vida continuará igual.
Pero no todo es malo, a veces, cuando uno menos se lo espera aparece algún rayo de esperanza. Por fortuna, nos podemos encontrar con detalles que hacen que quizá merezca la pena salvar todo este tinglado. No esperemos que la buena nueva se nos aparezca en forma de mesías, iluminado o bomba termonuclear —esta última quizá sea lo más razonable—. Tengo cierta ilusión depositada en nuestro tiernos infantes, que sean ellos los que con el paso del tiempo y a pesar de nuestro sistema educativo, se llenen de lucidez y consigan cambiar de una vez por todas nuestro permanente despropósito.
En estas fechas, con motivo del día de nuestra herida Constitución, los escolares realizan diversas actividades relacionadas con la Carta Magna: que si unas banderitas por aquí, unas lecturas de los artículos por allá, y murales variados que acaban decorando las paredes de los colegios. Fue uno de estos carteles llenos de dibujos y recortes de fotografías, lo que me hizo concebir la posibilidad de que estos niños arreglen los errores que les dejaremos los adultos de ahora. Les cuento.
En la cartulina que preparaba mi hijo y titulada con unas coloridas letras “las instituciones del estado”, aparecían tres características de la corona: hereditaria, vitalicia y no sometida a responsabilidad. Cuando le pedí que me explicara qué quería decir aquello, se puso con toda paciencia a contarme cada una de estas particularidades que disfruta nuestro Rey. Una vez que me aclaró con toda sencillez mis dudas, pasé al ataque y le comenté lo que yo había entendido: “entonces si yo fuera rey, mi puesto de trabajo pasará a ti. Nadie me pude echar del trabajo hasta que la casque o me harte y abandone. Y por último, puedo ser el más inepto del mundo en mi puesto que no tengo que dar cuentas a nadie”, “¿es así?”. Se encogió de hombros y dijo que creía que sí. Pero lo que más me interesaba, era la opinión que tenía de todo aquello. No me anduve por las ramas y le pregunté qué pensaba. La respuesta fue clara y directa: “pues que quizá era un poco caradura”.
La respuesta me dio la esperanza de que el futuro sea mejor. Espero que muchos mocosos de ahora mantengan la lucidez para que cuando sean adultos no sean manejados con facilidad. Así, quizá nos quede una posibilidad para salvarnos.
Sit tibi terra levis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario