Cuando lean esta columna ya conocerán los resultados de las elecciones generales. Si todo sale según lo previsto, el bipartidismo se habrá ido a hacer puñetas. Con independencia de esta circunstancia, me juego la mano izquierda a que todos habrán salido a la palestra anunciado un gran resultado para su formación, situación que se suele repetir hasta el asqueo cada vez que acudimos a depositar nuestro voto en las urnas. Hasta en eso no se cortan un pelo para engañarnos.
Otro detalle que ya conoceremos, será saber si nuestro voto se habrá metido en zurrón de los votos útiles o en el de los inútiles. Curiosa esta clasificación que suelen utilizar los políticos tradicionales. Se llenan la boca con la palabra Democracia, pero no tienen reparos en menospreciar a cualquier ciudadano que no decida votar a alguno de los, hasta ahora, grandes partidos. Supongo, que ningún político tradicional puede enfadarse si, en un acto de defensa propia, alguien lo llama imbécil o gilipollas. Usted empezó primero llamándome inútil —le podrá argumentar cualquier ciudadano.
Pero si alguien va a salir derrotada en estas elecciones, como suele ocurrir siempre, es la Cultura. Los aspirantes apenas han dejado tiempo para hablar sobre sus proyectos en torno a la Cultura. Me imagino que a nadie le gusta hablar sobre lo que no le interesa. Ante la ausencia de esta información, va el humilde ciudadano y se le ocurre echar un vistazo a los programas electorales. Es entonces cuando la depresión es total. Un ejemplo. Una vez quitada la paja para rellenar algún folio de más —los malos estudiantes sabemos muy bien de qué va esto—, la primera propuesta que aparecía en el programa del Pepé es: “Promoveremos una acción cultural coordinada con la proyección exterior que proporcione a España una plataforma de visibilidad global y facilite la promoción internacional de la cultura en español”. Como pueden imaginar, dejé de leer más, pues habíamos quedado en un reparto equilibrado: nosotros los inútiles y ellos los imbéciles, no todo para nosotros.
Ante este panorama ¿por qué no prohíben la cultura? Me parece que quizá no sería descabellado que las fuerzas de orden público se vieran obligadas a realizar controles anticultura. “A ver, sople aquí… ¡Ah! veo que se acaba de leer Rebelión en la Granja, se le va a caer el pelo” “Amigo, sale aquí que se ha empapado de los Ensayos de Montaigne, eso nos obliga a llevarlo ante el juez”. Tampoco serían excepcionales las redadas en los teatros y bibliotecas. En este punto, no crean que existiera riesgo para algún político tradicional despistado, las criaturas no se suelen prodigar por estos lugares. Eso sí, deberían crear algunas subvenciones para los programas de Tele 5 fueran exportados al resto de canales y conseguir al fin la derrota final de la Cultura.
Sit tibi terra levis.
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