Son tiempos de esperanza, esa que no sé si se perdió o estuvo de vacaciones. Todo pasa, y tras la tempestad, ya se sabe, todo queda mojado. Algo puede estar cambiando en nuestra sociedad, y eso se palpa en el ambiente. Son muchos los que todavía no lo ven o no lo quieren ver. Pero los vientos de cambio puede que estén empezando a soplar con fuerza suficiente para que este país salga de la pocilga en la que tanto tiempo lleva metido. El optimismo se ha instalado en mi cuerpo, los problemas parecen menos, la vida es maravillosa, e incluso la otra esperanza, la Aguirre, algún día dejará de decir barbaridades.
No, no crean que las escasas neuronas que andan vagando por mi sesera han sufrido algún tipo de colapso circulatorio —al menos que yo sepa—, y ahora pienso que los ciudadanos mandarán a paseo, urna de por medio, a tanto político tradicional inútil, golfo y analfabeto. Para que esto último ocurra, supongo que nos tendrán que robar bastante más, parece ser que todavía no ha sido suficiente.
Entonces, ¿Cómo me vino todo ese torrente de sensaciones que me hacen estar tan esperanzado? Ocurrió al leer en las noticias que no sé qué organización, o no sé cuál federación había decidido convocar una huelga y en consecuencia el fútbol español se parará. Dejando a un lado los motivos que ha provocado dicha convocatoria, y que a este que suscribe ni le va ni le viene, me imaginé que no hubiera ningún tipo de acuerdo entre las partes y, por lo tanto, la huelga se prolongara durante cinco o seis años. Nada más lejos de mi intención desearle mal a los clubes, futbolistas, o a los mismísimos trencillas. Pero no me negarán que el efecto colateral del conflicto haría mucho bien a nuestra anestesiada sociedad: los ciudadanos podrían reflexionar sobre otros temas, saldrían a la calle a defender otras causas, e incluso, algún que otro aficionado recuperaría la educación al perder el hábito de mentarle la madre a todo Cristo en un campo de fútbol.
El avispado lector pensará que esa situación imaginada no se extendería mucho en el tiempo, ya que nuestros dirigentes, en un nuevo esfuerzo y búsqueda del bien común, buscarían sustituir el deporte rey por otro entretenimiento. Aunque ahora que lo pienso, casi mejor que todo el asunto se resuelva pronto, y que los fines de semana continúen llenos de goles, de aficiones cantando, de gritos de “árbitro vendido, pito regalado”o “árbitro casero”. Porque no sé si sería capaz de soportar que para ocupar el lugar del fútbol, nos amplíen la emisión del Sálvame de Luxe, con el consiguiente mal gusto de tener que ver, y sobre todo oír, a todos sus personajes. Así que lo mejor será dejar las cosas tal cual, no sea que por querer arreglar una cosa, nuestros niños quieran parecerse de mayores al Paquirrín y a la Esteban. Eso sí que sería motivo para echarnos del euro o incluso del planeta.
Sit tibi terra levis.
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