Plof, plof, plof… La gotera de agua cae del grifo con una cadencia perfecta. Por mucho que me afano en cerrarlo no consigo el hermetismo total, y ahí está la maldita gotera acudiendo a su fiel cita con el lavabo, una y otra vez. La pequeña pérdida de agua se produce desde hace unos tres días, cuatro, tirando largo, por lo que me doy cuenta de que la situación requiere una actuación inmediata y evitar mi habitual forma de proceder, que consiste en dejar pasar un periodo prudencial de tiempo —un mes, más o menos— por si se diera el caso de que la avería o chapuza se resolviera por sí sola.
Pero lo tengo que admitir, hasta ahora esa forma de actuar me ha fallado en el cien por cien de los casos. Al final hay que ponerse manos a la obra para solucionar el problema ,algunas veces, y empeorarlo en la mayoría de las ocasiones. Aún así, que no quede por falta de voluntad. Lo primero es preparar las herramientas: en mi caso me dirijo a la cocina y busco un cuchillo que haga las veces de destornillador, no hay caja de herramientas, ni creo que la pueda haber en el futuro. Soy un auténtico manazas del bricolaje, y gracias a esa virtud me di cuenta de las grandes mentiras que nos inculca la televisión.
No hace demasiado tiempo se emitía un programa llamado Bricomanía que sirvió para abrirnos los ojos a muchos televidentes. Durante la emisión, te entraban unas ganas irresistibles de crear muebles, reparar tuberías y reformar jardines. Por fortuna, esas ganas desaparecían con rapidez cuando veías al presentador manejando todo tipo de herramientas de las que además, la mayoría de los mortales, carecíamos. Pero el culmen de lo imposible ocurrió cuando una vez, el lanzado manitas, no tuvo reparos en alicatar un cuarto de baño, y lo hizo en media hora, más o menos. Supongo que la emisión de aquella gesta provocaría riñas y disgustos en muchas casas, cuando a la hora de hacer alguna reforma, el albañil dijera que en poner el suelo del baño tardaría una semana. —Pues el de la tele lo hace en un rato y medio— respondería más de uno.
No podemos creernos todo lo que la televisión nos intenta meter en la cabeza. Debemos tener mucho cuidado con multitud de programas que más que entretenernos son utilizados como dogma para nuestra sociedad. No es extraño ver, como ejemplo de orgullo y éxito, a jóvenes cuyo único futuro pasa por algún putiferio que los lleve a ganarse los cuartos en bolos de discotecas. Y no digamos esos telediarios más interesados en influir en la opinión pública que en informar, ya se sabe: las noticias las carga el diablo. Pues atémonos los machos que vienen curvas: con el año electoral que nos espera, a saber cuántas barbaridades, embustes, y cuchufletas nos quedarán por ver y escuchar en la televisión. Porque, no nos engañemos, gracias a nuestro sublime analfabetismo tendemos a encumbrar y a dar por cierto, sin ni siquiera dudarlo, todo aquello que a la caja tonta, o mejor dicho, a los que dirigen esa caja tonta, les interesa que creamos.
Pero la vida sigue, y mientras escribo estas líneas, la gotera sigue cayendo. Así que mejor será que intente darle solución. No, no pienso remangarme y dedicarme a la colocación de piezas de recambio, ni mucho menos. Definitivamente, voy apostar sobre seguro: llamaré al fontanero.
Sit tibi terra levis.
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