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25 de enero de 2015

HIPOCRESÍA

Tomo asiento en la barra del bar, espero a que el camarero tenga a bien ponerme el café, que por lo cotidiano de la situación no tengo que pedir. Conoce a la perfección como me gusta: con poca leche y sin azúcar. A veces debo esperar un poco, los habituales del lugar sabemos que a esa hora también acude a desayunar la chica por la cual el corazón de ese hombre palpita más rápido, durante el tiempo que permanece en el establecimiento, él sólo tiene ojos para ella e indiferencia para el resto de la clientela. Situación que no sólo aceptamos los presentes, sino que incluso defenderíamos si alguien se atreviera a interrumpirla. 

Mientras se resuelve el ritual, a mi siniestra se desencadena la discusión ante la noticia de los elevados emolumentos que reciben nuestros ilustrísimos Belén Esteban y Kiko Rivera por participar en un reality televisivo. Sería injusto despellejar a los dos personajes por esa situación, ellos no son culpables de que se embolsen más viruta en una semana de la que pueda ganar un neurocirujano en meses de trabajo: la culpa es de usted y mía. Somos nosotros los que vemos esos programas y consumimos los productos que se anuncian durante su emisión. Si eso no fuera así, la discusión no tendría razón de ser: no existirían ni esos espacios televisivos ni esos personajes, así de fácil.

Pero en cuestiones de hipocresía somos unos fuera de serie, no hay quien nos gane. Supongo que lo llevamos en los genes, y por supuesto hacemos que nuestros niños y jóvenes destaquen en esta cualidad. Son innumerables los ejemplos, infinitos diría yo. No escatimamos esfuerzos para que nuestros hijos eviten ver cómo Robert Mitchum le da matarile a algún villano, mientras que no existe ningún problema con que a la hora del café los infantes tomen ejemplo de cómo se enaltece a algún fulano cuyo mayor mérito en la vida es haberse pasado por la piedra a una fulana. O las religiones, con sus religiosos a la cabeza, que mucho amor y que buenos somos, pero no tienen reparos en darte para el pelo si le llevas la contraria: no es raro ver como a los homosexuales se les tacha de depravados, enfermos, o desviados desde algún púlpito, y  sin embargo, no hay problema en colocarse del lado del torturador, el ladrón de corbata o el corrupto. O cuando esos políticos tradicionales y algunas organizaciones dicen que están defendiendo de la vida y para ello no dudan en manifestarse. De forma paralela, no sólo no tienen ningún pudor en volver la vista y callar ante la indecente cifra de pobreza infantil, sino que algunos casos incluso lo niegan. Con este panorama a nuestros infantes no les quedan muchos ejemplos distintos a los que imitar.

Entonces retorno de estos pensamientos y vuelvo al presente, donde por fortuna sigo disfrutando de la situación que día a día se produce, siempre igual y siempre distinta, pero fascinante en todo caso. Por fin, el camarero ve cómo su Dulcinea se despide hasta el día siguiente. Él le dedica algunas palabras y gestos, ella ríe y se marcha. Instantes después es cuando se acerca a ponerme el café y le digo: “¿Sabes amigo? Algún día te dirá que sí. Y ese día huirás como un cobarde”. A lo que él me contesta: “pues seguramente”. ¿Hipocresía entonces? No, me parece que está colado hasta el tuétano.


Sit tibi terra levis.

2 comentarios:

  1. Celebro al fin discrepar con Marcos. Ya era hora. La verdad es que tenía ganas. A mí me gusta el café solo sin azúcar

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    1. Siento decirle amigo Manuel que tampoco hago ascos a un café sólo y sin azúcar. Ja, ja, ja.
      Para limar asperezas podemos tomar un chocolate, ni para usted ni para mí.

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