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8 de febrero de 2015

EL DÍA D

Los indicadores se encienden, tras el protocolario chequeo inicio la cuenta atrás. Echo un último vistazo hacia la bodega de carga para asegurarme de que la tropa permanece en el sitio correspondiente. Giro la llave y se produce la ignición. Nos ponemos en marcha, hoy las condiciones meteorológicas son más complicadas, llueve con cierta fuerza. De fondo suena AC/DC; nos suele acompañar la música en estas misiones. Estamos cerca del objetivo y me dirijo a mis hijos como todos los días: “¡Infantería! ¿preparados para el salto?”. Porque llevar a los niños en el colegio es para mí como soltar a los paracaidistas en territorio Comanche. Abren la puerta corredera del coche y se suben con sus mochilas a modo de paracaídas, y sus lápices cargados hasta los topes.

Todo iba como la seda, una misión rutinaria más. Pero fue en aquella última rotonda donde se desencadenaron las hostilidades. Parecía una emboscada perfectamente estudiada: un intenso fuego cruzado nos dio los buenos días, incluso me pareció oír algún que otro mortero. Cuando estaba inmerso en plena rotonda, desde un coche azul que me cedía el paso, una chica con grandes gafas de sol que no dejaban ver su rostro comenzó a hacerme señales con una mano —a modo de intermitente— mientras su boca se movía de tal forma que pude deducir que me estaba mentando a la familia. No comprendía el motivo del ataque, ya que no tenía que poner mi intermitente hasta que fuera a salir de la rotonda, por lo que era evidente que la equivocada era ella. Pensé que las gafas de sol en un día lluvioso le habían jugado una mala pasada. Esquivé como pude toda la metralla que se me venía encima. Repelí el ataque con un par de ráfagas de “veteatomarporculo”, lo hice de forma lo más disimulada posible para que mi delicado ejército no se percatara de cualquier ausencia de calma en su general.

Apreté los dientes y me dispuse a finalizar la misión que se me había encomendado. Me dirigí al punto establecido para desplegar la tropa, nada por aquí, nada por allá, y abandonaron el vehículo perdiéndose entre gritos junto al resto de ejércitos que se disponían a asaltar el colegio. Me dispuse a emprender de nuevo la marcha, en  busca de avituallamiento para preparar el rancho del día. A mi siniestra, como un fantasma apareció de nuevo el coche azul. Se colocó a mi altura, bajó su ventanilla, y desde el interior, aquella chica de labios pintados de rojo intenso me dijo en tono seco, muy enfadado: “a ver si pones los intermitentes, que para eso están, so inútil”. Mi primera idea fue abrir las troneras de babor y darle estopa en su línea de flotación, explicándole cuándo se ponen los intermitentes en las rotondas, pero me dio pereza y rehuí el combate. Así que la miré, sonreí, le lancé un beso, y puse los pies en polvorosa. Supongo que continuó acordándose de mi familia, pero sinceramente, me daba igual. 

El Día D acababa de empezar y la primera refriega me hizo meditar: ¿Y quién puñetas soy yo para poner bien los intermitentes en la rotondas? Así que decidí evitar futuros ataques, para ello me dedico a encender intermitentes como hacen la mayoría de los mortales, y lo que diga la DGT mejor dejarlo para cuando hay cerca un coche de la Guardia Civil.


Sit tibi terra levis.

2 comentarios:

  1. http://www.circulaseguro.com/como-circular-por-una-glorieta-o-rotonda-anexo/

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    1. Estimado Anónimo:
      Gracias por la información. En caso de coincidir de nuevo con la conductora del coche azul, le paso el enlace.

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