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26 de octubre de 2014

LA ESPERA

 No son pocos los que en alguna ocasión me han preguntado sobre el momento final de nuestras vidas: ¿Qué sentimientos se expresan?¿Cuáles son los temas que más se verbalizan en el final de la vida? Siempre suelo explicar que, en mi experiencia profesional, a las personas que se encuentran en tan trascendental momento no les afectan ni las riquezas ni el poder. La muerte nos iguala, suelo decir casi a diario. Estas y otras reflexiones hacen que recuerde una experiencia que tuve hace algún tiempo y que quiero compartir con el paciente lector. Antes de nada nos haremos una pregunta:¿Hay algo que seríamos capaces de estar esperando toda la vida? Complicado ¿Verdad? Algo que llegado el final de la película dijéramos: la espera ha merecido la pena. 

 El protagonista de nuestra historia se encontraba débil, en ocasiones cansado, y las raciones de morfina que le administraba a duras penas controlaban el intenso dolor que sufría. Nunca me expresó miedo, ni siquiera un atisbo de ira por padecer aquella terrible enfermedad que lo consumía por momentos. Transmitía la serenidad de quien admite el terrible juego de la vida. La mayor parte del tiempo sonreía, una sonrisa dirigida a los suyos: mujer, hijas, nietos, y amigos que no faltaban a su alrededor. En alguna ocasión se lamentó de que sus seres queridos no merecían sufrir por él. 

 Aquella mañana tenía una mirada distinta: -¿Sabes una cosa?- me dijo. -Esto se acaba, la función llegó a su fin-. Aprovechando nuestra soledad conversamos un buen rato: expresó sus dudas, sus temores, se preguntó y me preguntó cómo sería todo. Tuvimos momentos de risas y otros de no tantas. Maduramos la posibilidad de echarnos un truja: nos pusimos excusas absurdas por su bien y por el mío para desechar la idea. Le pregunté si había algo en lo que le pudiera ayudar. Fue la primera vez que le vi dudar. Y comenzó su relato:

 “Tenía unos veinte años cuando ocurrió. La había visto antes, pero nunca supe acercarme a ella. Cuando surgió la posibilidad de conocerla me temblaba hasta el último poro de la piel. Estuvimos tomando algo. A la salida del local y en medio de la calle vacía nos dimos un beso. Jamás he tenido una sensación igual a aquel beso. He sido muy feliz, tengo una familia maravillosa que no cambiaría por nada, quiero a mi mujer y la vida junto a ella ha sido un regalo. Ahora, varias decenas de años después, miro hacia atrás y no hay día de mi maldita vida en que no recuerde aquel beso. Es curioso, en mi últimos momentos marcho tranquilo y feliz por la vida que llevé, pero hoy, todavía tengo la esperanza de verla aparecer y sentir de nuevo aquellos labios”.

 Le ofrecí, sabiendo que lo rechazaría, la posibilidad de buscarla. Me explicó que prefería irse con la esperanza del reencuentro, mejor eso que pensar que quizá tuvo que escoger otra vida. Una vida que dejó una fría mañana, tranquilo, sin sufrimiento, rodeado de seres queridos, entre ellos una mujer a la que nunca había visto por allí y que me hizo dudar si quizá era ella la dueña de aquel beso que perduró toda una vida. 

 Sit tibi terra levis.

4 comentarios:

  1. Si la literatura sirva para compartir emociones este artículo es LITERATURA. Morón debe sentirse orgullosa de haber parido escritores como usted y con la de los opúsculos. Hay ternura, emoción en lo que escribes, y debido a lo que escribes, un posicionamiento ético que te eleva aún más, porque trabajar en el tránsito, en el momento en que nos desvestimos de nuestros ropajes y nos igualamos al resto de animales, debe ser tan duro que solo los grandes pueden sacar esa ternura que transmite en lo que escribe.

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    1. Manuel, la verdad es que casi ni me atrevo a poner palabras a tu comentario. Recibir este elogio del padre de El Guacamayo Rojo, supone un subidón del que creo que tardaré en recuperarme.
      Mil gracias Manuel.

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    2. Por alusiones, la de los opúsculos quisiera decir que se siente muy honrada de ser aludida en tales términos, muy emocionada de tener la suerte de disfrutarlos a los dos.

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    3. Por requetealusiones, la emoción es mía por disfrutar a la reina del sintagma.

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