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2 de junio de 2014

DEMAGOGIA

Una pizca de nerviosismo, una generosa ración de canguelo, y una medida de descontrol. Agitamos todo, y ¡voilá! ya tenemos unos políticos tradicionales con el cuerpo desencajado y unas ganas locas de hacer de vientre. No obstante, cuando este cuadro clínico aparece, con toda rapidez ponen en marcha las medidas pertinentes para llegar a la sanación. Para ello disponen de su propio y exclusivo arsenal terapéutico, llámese antibióticos -se dicta una ley que prohiba la causa de semejante diarrea-, o antiinflamatorios -se les da porra a los virus reunidos y causantes del dolor de cabeza y/o genital-.

Tras el vil asesinato de la diputada del Pepé en León, Isabel Carrasco, se sucedieron todo tipo de reacciones. Hubo quien relacionó el lamentable suceso con el estado de indignación que vivimos las personas honradas de este país, otros los achacaron a radicales de no sé dónde, y otros incluso dejaban la puerta abierta a un posible resurgir de la banda terrorista ETA. Pues no, ni unos ni otros. El lamentable hecho no fue  más que eso, un suceso: uno de tantos y dolorosos asesinatos, homicidios, suicidios, robos, asaltos, agresiones, y todo un deplorable etcétera, que tienen lugar a diario en nuestro país.  

Suele ocurrir que ante un hecho luctuoso, aparezca algún que otro majadero con afán de protagonismo y suelte una retahíla de sandeces o improperios. Ningún asesinato es justificable, y el hecho de que que alguien lo defienda hace pensar que esa persona tiene un problema con la psiquiatría, pero nuestros políticos tradicionales tienen su forma de pensar y actuar, siempre acorde a sus intereses.¿Por qué no aprovechar la ocasión y controlar las redes sociales? Faltó tiempo para que el ministro de turno saliera a la palestra a decir que había que poner freno a todo el desmadre, qué curioso, en esta ocasión se dejó de lado la clásica expresión de“no se puede legislar en caliente”. También podemos decir que ellos tienen la mejor de las intenciones, esto es, quieren dar una lección a los que aprovechan determinados medios para hacer apología de la violencia o el terrorismo. Sin embargo, ya sabemos que en otras ocasiones, nuestra amada casta no solo no reprocha determinados ataques contra personas y colectivos, sino que incluso los justifica.

Para nada se han planteado sancionar la apología de la corrupción. Lo normal es que los partidos tradicionales defiendan a sus imputados. Suelen argumentar que debe prevalecer el principio de la inocencia. Pues no. Ese principio es válido para un juez. En política, si estas bajo sospecha, debes abandonar el barco. Tampoco se prevén medidas para esos políticos tradicionales que son profesionales del oprobio contra los inmigrantes. Tampoco contra alcaldes cuyas actitudes y comentarios machistas, lejos de ser censurados, eran causa de risas entre sus abyectos concejales -alguno conocido por este que suscribe-. Y que me dicen de esos púlpitos donde se tacha a los homosexuales de enfermos o de ejercer la prostitución. Me imagino que prefieren la opción del desahogo carnal con mujer pecadora, oveja, cabra o ave de corral. 

Por lo tanto, antes que centrarse en esos anónimos del twitter, nuestros políticos tradicionales debieran mirarse sus ombligos. Puede incitarme más a la violencia escuchar a sus señorías hablando de recuperación, mientras alguien se intenta quemar a lo bonzo para que no le quiten una vivienda. ¿Demagogia? Quizá, pero también realidad, mucha y cruel realidad.


Sit tibi terra levis.

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