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14 de abril de 2014

LA SALA DE ESPERA

Una sala de espera supone, para la mayoría de los mortales, un concepto negativo. La velocidad de vértigo a la que nos han obligado a vivir hace que, pasar el tiempo esperando, se convierta en un acto de lo más negativo. Esta situación es paradójica con la vida prosaica de la mayoría de los componentes de nuestro  estercolero. Sin embargo, en no pocas ocasiones un minuto en la sala de espera se equipara con media vida. Tranquilícense, no voy a ponerme en plan abuelo cebolleta a contarles batallitas sobre anécdotas ocurridas en la tortuosa espera de la atención médica.

Hace unos días, hablando con una amiga, descubrí una sala de espera de lo más especial. Es una sala llena de literatura, donde se sitúan numerosos autores y sus obras a la espera de ser leídos o releídos. Te encuentras a Cervantes con su Casamiento Engañoso, a Millás y su Mujer Loca, a Eslava Galán y sus diversas Historias para Escépticos, a Galdós y sus Episodios Nacionales, y llama poderosamente la atención que Góngora y Quevedo estén sentados juntos, asunto este que provoca cierta tensión en el ambiente. La sala aparece abarrotada, incluso se aprecia un cierto murmullo cuando los autores hablan entre ellos.  Faltan muchos por llegar aún, Belén Esteban, con su Ambiciones y Reflexiones, ni está ni se le espera -para eso es mi sala y tengo derecho de admisión-.

Al final, uno se percata de que esa sala de espera es la única salida a todo este despropósito. La sala de espera pasa a ser refugio, y bendito refugio. Todo se encuentra allí, lo que quieras, lo que te apetezca, lo que desees. Entonces, una cierta sensación de ahogo empieza a acumularse, aumenta el ritmo cardiaco, el pensamiento se vuelve más espeso. Imaginar que nuestros hijos no sepan encontrar ese refugio provoca gran desesperanza. No podemos escatimar infantería para conseguir que un camino les lleve a este refugio y les aleje del analfabetismo, el sometimiento y la mediocridad. Aspecto por el que han apostado clara y descaradamente nuestra casta política tradicional. Un pueblo sin cultura es un pueblo sometido y manejable. Y ellos lo saben. 

¿No me creen? Esta casta no ha escatimado en medios para desarrollar la cultura de la incultura. Ha conseguido un pueblo caracterizado por el desapego a las artes y las ciencias. A cambio, una ciudadanía con un arraigo extremo al fútbol. La mayoría de los padres muestran más preocupación por obtener un Messi de sus hijos que un Einstein - ¿quién coño es ese Einstein? Seguro que juega en segunda división-. Otro detalle, si alguien quiere montar un negocio seguro, le daré la oportunidad de evitar sobresaltos en todos los sentidos. Una librería. No se tendrá que preocupar por las ventas -irán bajando paulatinamente- y sobre todo, vivirá muy tranquilo, nunca aparecerá un encapuchado a encañonarle para robar el Francotirador Paciente de Pérez Reverte o el Cincuenta Sombras de Grey. Eso sí, tenemos el orgullo de disponer a los tres jugadores de fútbol mejor pagados del mundo jugando en nuestra liga. Es evidente que una vez más nos siguen metiendo goles por la escuadra.

Por tanto, viendo semejante disparate, permítanme que me refugie en mi sala de espera. Por cierto, acaba de entrar Mila Guerrero con Un Corazón de Hormiga bajo el brazo. Lo releo ahora mismo, hay cosas de las que uno jamás se cansa.


Sit tibi terra levis.

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