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17 de marzo de 2014

LECCIÓN DE VIDA

El destino suele ejercer impasible su caprichosa voluntad. Unas veces nos ofrece momentos de felicidad, otras nos golpea con terrible crueldad. Esa disyuntiva forma parte de la vida, moldea nuestra personalidad y condiciona nuestra existencia. No se equivoquen, de la dureza de la vida se aprende, y mucho. No obstante, pueden quedar tranquilos, no voy a contarles un ensayo filosófico sobre nuestro paso por este gran espectáculo. Lo que ocurre es que a veces uno tiene suerte en la vida. Tampoco piensen que he sido agraciado con alguna indecente cantidad de dinero proveniente de algún sorteo extraordinario.

  Cierto es, que para un humilde enfermero de infantería como este que suscribe, la vida se presenta en sus más variadas versiones. Observar, ese destino obstinado en hacerle la puñeta a muchos de nuestros semejantes, hace que cuando abandonas la trinchera, uno piense que es afortunado. He visto como la gente viene al mundo, como intentamos mantenerlo en él -a veces, en contra de todas las leyes físicas y químicas que componen nuestro complejo envoltorio- y como finalmente abandonamos esta gran aventura. En el transcurso de todos esos episodios, los diferentes personajes que transcurren por esta obra teatral, suelen dejar mayor o menor huella en la gente que intervenimos en sus diferentes procesos. Cada uno de ellos suele ocupar un espacio en nuestros corazones, cada uno por motivos muy diferentes, unos más y otros menos. En este momento, me vienen a la cabeza centenares de nombres a los que tuve la suerte de conocer. Me encantaría contar historias de ellos, con sus nombres y apellidos, pero ya saben, me las guardo para mí por aquello del secreto profesional y tal.

A pesar del secretismo que me obliga mi profesión, hay por ahí alguien que merece un cierto reconocimiento. No recuerdo la forma de llegar a él, pero conocer sus pensamientos y reflexiones te lleva irremediablemente a seguirlo. Es un tipo especial,  pienso que un héroe -de esos que escasean en el actual estercolero-, se llama Nacho Mirás. Imagínense, un individuo que le pone nombre a su tumor cerebral, a su astrocitoma anaplásico, le llama Casiano. Un tipo que cuando va a recibir la pertinente sesión de radioterapia indica que va a someterse a la freidora y que habla de guerra química a la dosis medicamentosa ingerida para combatir el cáncer, su cáncer. Todo lo expresa con naturalidad, con optimismo, con fuerza y cualquiera que lo conozca acaba sucumbiendo ante su historia contra la enfermedad. A lo largo de estos meses, hemos conocido con detalle su intervención quirúrgica y los efectos colaterales. Nos informa que las planchas de titanio colocadas en su cabeza no pitan en los arcos de seguridad de los aeropuertos. Nos comenta el trato que recibe cuando acude sus sesiones con la freidora. Defiende hasta el extremo la sanidad pública que lo trata y sobre todo a la infantería que sigue empecinada en que siga funcionando. Un hombre que tomó su enfermedad por los cuernos y le planta cara, lejos de dejarse llevar por el fatalismo ha decidido ofrecer un regalo a todos los que le seguimos.

No se moleste el sufrido lector en buscarlo por nuestra localidad, es un gallego al que conozco a través de internet, rabudopuntocom -para que vean que la red también tiene sus cosas buenas-. Un periodista que pensó que dar publicidad a su enfermedad y a sus consecuencias le podía ser beneficioso, cuando el efecto colateral de sus dolencias ha sido que nos de una maravillosa lección de vida. 


Sit tibi terra levis.

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