No sé si esta columna me costará la excomunión. No me malinterpreten, no piensen que soy presuntuoso y arrogante, no crean que doy por hecho que esta humilde columna es leída por el mismísimo papa Francisco. Lo que ocurre es que siempre puede haber un pastor del rebaño que delate a la oveja descarriada que suscribe. Soy muy consciente que en este estercolero somos unos figuras en el arte de delatar al vecino. No obstante, si algún hermano lector decide llevarme ante los juzgados eclesiásticos, le diré, que no pienso defenderme, daré por bueno que sea expulsado del conocido club, me lo merezco por pecador.
Todo viene a cuento debido a esa advertencia lanzada desde la multinacional de la fe amenazando con la excomunión a toda oveja que ayude a la práctica del aborto. No quiero decir que esté pensando en montar una clínica para dedicarme a ese tipo práctica médica. Pero visto ciertos argumentos expuestos por los mal llamados grupos pro vida, mucho me temo que lo que les voy a indicar sea considerado como una apología de la destrucción de futuros embriones.
Hace unos días leía un artículo dedicado a un médico francés el cual defiende que tener doce eyaculaciones al mes reduce en un cincuenta por ciento los riesgos de problemas cardiovasculares. Por si esto fuera poco, si subimos la cifra a veintiuna, entonces disminuye el riesgo de padecer cáncer de próstata. En cuanto al sexo femenino decía que las mujeres con menos relaciones sexuales son más propensas a desarrollar el cáncer de mama. Desconozco en profundidad el estudio del citado galeno, por ello, debemos proceder con la prudencia correspondiente. De todas formas, me imagino al personal sucumbiendo a la tentación de dedicarse al recuento de los momentos felices obtenidos en los últimos días. Supongo, que de confirmarse los resultados de semejante investigación, las autoridad estatal y clerical se lanzarán rápidas al control del asunto, no sea que acabe toda nuestra sociedad entregada al noble arte del fornicio o incluso a las manualidades en solitario. Vamos, que Sodoma quedaría en una broma.
Esta situación crearía un nuevo conflicto en la moral de algunos ciudadanos. La salud frente al pecado capital de la lujuria. Posiblemente, nuestro ilustrado, admirado, lúcido e iluminado ministro de justicia tomaría cartas en el asunto. Espero que no permitiría a los españoles ser cómplices de semejante holocausto eyaculatorio. Hagan las cuentas; entre cuarenta y cien millones de espermatozoides por eyaculación. Es o no es un auténtico genocidio de gametos. Nuestro admirado Gallardón, se encargaría de castigar como se merecen a los que sucumben a la tentación de la carne. Mediante real decreto, pondría en conocimiento de los ciudadanos las sanciones que acarrearía el desperdicio del íntimo contenido. Por supuesto, quedaría libre de sanción la espermarquia producida de forma involuntaria durante la noche y que tan habitualmente se produce en nuestros adolescentes.
Mención aparte merecería conocer que ocurre con aquellos que estuviésemos por encima de esas veintiuna poluciones. No se preocupen, yo lo diré, en esos casos no estaríamos hablando de beneficios en la salud, simplemente estaríamos ante unos fantasmas.
Sit tibi terra levis.
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