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17 de febrero de 2014

QUINCE DE FEBRERO

¡Qué bonito es el amor! Sobre todo para el corte inglés. La piel se eriza de ver esta sociedad tan enamorada. Nos están robando por encima de nuestras posibilidades, de acuerdo, pero somos las víctimas con el corazón más atravesado por las flechas de Cupido. Es o no es romántico. El perfume y las rosas inundan los hogares, la lencería fina ocupa la noche, esa noche. Al día siguiente...¿Qué pasa al día siguiente?

Resulta que pasada esta efeméride, le sigue el quince de febrero, día internacional del cáncer infantil. Para este día ya no hay corte inglés, ni glamurosos anuncios en televisión. Soy consciente, soy un metepatas. Comprendo la habitual tendencia de este país para mirar hacia otro lado cuando el problema no es nuestro. Pero, no se preocupen, lejos de hacer un relato en torno a las putadas que nos puede reservar el destino, prefiero resaltar otros aspectos. No pretendo que la columna de esta semana tenga como objetivo despertar sentimientos de pena hacia esos pequeños héroes. Unos héroes que se encuentran en plena batalla para vencer la terrible guerra de la enfermedad. Son ellos los que rechazan cualquier sentimiento de pena, simplemente prefieren cariño y comprensión.

Alguna vez he explicado la visión distinta que se tiene de la vida cuando has acompañado en el final de la vida a cuatrocientas o quinientas personas. No se trata de una visión mejor o peor, simplemente se trata de una óptica distinta y a veces, solamente comprendida por aquellos que han visto el sufrimiento de los demás. No se pueden imaginar la variedad de sufrimientos que existen, me atrevería a afirmar que hay tantos tipos de sufrimiento como personas existen. Por ello, me gustaría vivir en una sociedad consciente de la importancia de tener una sanidad pública, universal y de calidad.

Imagínense por un momento lo duro que debe ser enfrentarse a una enfermedad grave de un hijo. Pues, a ese sufrimiento podemos añadirle otro sufrimiento; no disponer de los medios económicos para enfrentarse a la enfermedad. Me jugaría el cuello que prácticamente ninguno de los que leemos esta columna tendríamos la viruta suficiente para hacer frente al gasto sanitario que conlleva el tratamiento -recomiendo el libro; Te puede pasar a ti, de Albert Jovell-. A lo anterior, debemos agregar la lamentable y vergonzosa política de desmantelamiento de la investigación. El penúltimo ejemplo ha sido el excepcional científico Juan Carlos Izpisúa -por cierto, conozcan su biografía-. Para largar a uno de los referentes mundiales en medicina regenerativa bien que se han puesto de acuerdo la Generalitat de Cataluña y el Gobierno español. No se puede ser más hijo de la grandísima puta. En cualquier país serio, los ministros, consejeros y demás lameculos hubieran sido mandados directamente a lo que se viene llamando “el carajo”.  No sería extraño que el hecho de trabajar con células madres embrionarias fuera catalogado por Gallardón como proabortista. En este estercolero todo es posible. Por cierto, el mes que viene comienzan las obras del nuevo hospital de Morón.


Sit tibi terra levis.

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