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24 de febrero de 2014

DESEOS

Aquellos que habitualmente leen esta columna, saben que cada cierto tiempo dedico estas palabras a temas que nada tiene que ver con la casta política tradicional. Ya saben, cuestión de higiene mental. Así que esta semana prefiero satisfacer a mi admirada Elisabeth J. Hangman -espero impaciente el día que esta tímida escritora de microrrelatos deje de lado sus temores y saque a la luz sus maravillosos textos-. Soy consciente que disfruta más con textos dedicados a otros menesteres que nada tengan que ver con la política. Pues ahí va.

Aunque todavía las manecillas del reloj indicaban que estábamos en la tarde de aquel miércoles, el sol había decidido ocultarse hacía ya un buen rato. La lluvia caía con cierta timidez, dudando entre retirarse definitivamente o mostrar su esplendor con mayor intensidad. En el interior del coche, una alegre e interesante conversación a tres bandas, mis dos hijos y este que suscribe. Un caballo por aquí, un alfil por allá. Un adecuado enroque o el sacrificio de una torres. Los peones eran los grandes olvidados. Una vez más pedí que me explicaran la jugada denominada el beso de la muerte. Gran título para esa jugada trágica en la que la reina abraza al rey enemigo para darle matarile. Llegados al destino, detuve el vehículo y mi pequeño ajedrecista se dirigió hacia su habitual entrenamiento sobre los tableros.

De nuevo empecé a rodar por las calles de nuestro pueblo, esta vez con el más pequeño de los renacuajos. Todavía le daba vueltas a la conversación anterior mientras por el retrovisor le largaba una visual al pequeño individuo. Su rostro se mostraba pensativo mientras miraba al exterior, sin lugar a dudas, algo estaban cocinando aquellas neuronas. Comienzo a reducir la marcha para detenerme ante una señal de tráfico, es el momento en que una vocecilla desde el asiento trasero me pregunta; papá ¿dónde hay que ir para pedir los deseos?

La lluvia continuaba cayendo suavemente, incluso con cierta ternura. Tomé una buena bocanada de aire y me lancé a dar respuesta a tan dificultosa cuestión. Lo primero, saber que tipo de deseo es el nuestro. Con ello evitamos realizar la petición en el lugar equivocado. Así, tenemos a los Reyes Magos de Oriente, especializados sobre todo en proporcionar juguetes a niños y últimamente estaban expandiendo su repertorio concediendo deseos a algunos padres en forma de útiles electrónicos -sobre todo ordenadores, aifones y semejantes-. Están las fuentes, acuden los enamorados y suelen desear amor eterno lanzando una moneda. También están las estrellas fugaces, se encargan de los deseos más difíciles ya que rara vez se dejan ver y cuando lo hacen aparecen por un brevísimo espacio de tiempo, lo cual dificulta realizar la petición adecuada. Llegados a este punto, me soltó el motivo; quiero pedir que no se mueran las personas que quiero.

Descubrí que mi pequeño vástago estaba dejando la etapa en la que consideran que la muerte no es más que un estado transitorio con billete de vuelta para tomar conciencia que la muerte es definitiva. Por tanto, le explique algunos inconvenientes de la inmortalidad -por supuesto, nada dije del problema que causaría tanto hijo de puta sabiéndose inmortal-,  y que era mejor mantener vivos a nuestros seres queridos recordándolos, esa es la forma de vencer a la muerte, la verdadera inmortalidad.


Sit tibi terra levis.

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