Todavía tengo el miedo metido en el cuerpo. El escalofrío recorrió cada centímetro de mi cuerpo para instalarse en el tuétano de los hueso. Apenas podía articular palabra, la sequedad de la boca hacía que la lengua se pegase al paladar. Me quedé inmóvil, creo que pasó un tiempo considerable hasta que mis ojos dieron muestras de recuperación con algún parpadeo aislado. No podía saber con exactitud el tiempo que me duró este estado catatónico. Las imágenes que unos minutos antes habían subyugado mi cuerpo no aparecían ya en la televisión. Me costó volver al mundo de los reales, no obstante, mi conciencia fue volviendo a la normalidad poco a poco.
Mi conmoción no fue causada por algún especial televisivo sobre los últimos logros, a cargo de Paquirrín, en el noble arte del fornicio. Tampoco tuvo nada que ver una rueda de prensa de Rajado, perdón quise decir Rajoy. Sería un hecho imposible de suceder, faltaría más. Lo que me llevo a tan monumental sobrecogimiento es ver a su santidad, el papa Francisco, soltando unas palomitas al santo cielo vaticano y como, súbitamente y sin aviso, aparecen un cuervo y una gaviota para intentar darle matarile a tan espirituales aves. Es o no es para que la diarrea haga acto de aparición en el tacón de cualquier mortal que se precie. Ahí estaba yo, viendo a nuestro mayor pastor, flanqueado por unos inocentes infantes, liberando a tan blancos animales como símbolo de paz entre los miembros del rebaño. De repente, un cuervo se lanza sobre una de ellas y un revoloteo de plumas desprendidas queda suspendido en el aire. La otra paloma viendo a su compañera intentando zafarse del malvado cuervo pensaría; mejor tú que yo. Pero no, en esas que aparece la gaviota y ¡zas! otro momento de máxima tensión.
Seguro que algún naturalista me dirá ahora que el episodio no es más que un acto de la dura ley de supervivencia que reina en la flora y fauna de nuestro planeta. No y mil veces no. Acaso algún desalmado puede pensar que el archiconocido episodio del espíritu santo -entiendan mi rubor para evitar dar detalles de aquella historia- tuvo que ver con un fenómeno de buena suerte con la teoría de Darwin. Lo ocurrido en esa plaza más bien parece una señal, una premonición o un toque de atención. Me da la sensación que pueda ser un mensaje, parcialmente encriptado, del altísimo para indicarnos que estamos que lo petamos, que dirían hoy. Una forma de decirnos que las fuerzas del mal están venciéndonos y además por goleada. La razón para que este rebaño del que formamos parte tome conciencia de sus pecados; o paramos al diablo o pagamos nuestras culpas. Hay que elegir.
El cuervo, simboliza el mal agüero. Habitualmente lo relacionamos con el mal, la muerte, el terror y lo diabólico. Pues allí se presento, para darle por el introito a la paz. Ahora mira uno el mundo y es fácilmente comprensible; Siria por una lado, Afganistan por otro, un poco de salsa de Ucrania y una revuelta en Egipto de postre. La gaviota, pienso que acudió al festín en representación de la marca España. Símbolo de corrupción, golfería, desfachatez, hipocresía y en definitiva la imagen viva del placer del poderoso con el sufrimiento del débil. Quizá sea una premonición a la que hubiera que poner freno.
Sit tibi terra levis.
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