Aparentemente el día no era muy distinto a otro cualquiera. La noche comenzaba a acariciar el cielo. Al fondo en el horizonte, los tonos anaranjados utilizados por el sol en su despedida ofrecían un ocaso de gran belleza. Los viandantes se desplazaban por las calles encerrados en sus pensamientos. Unos para un lado, otros hacia lugares opuestos y unos pocos quietos, pareciendo dejar pasar el tiempo. En un lateral de la ensanchada avenida, las luces del local tomaban relevancia ante la irremediable imposición de la oscuridad. Las llamativas luces invitaban a visitar el lugar, circunstancia que se observaba ante la autómata afluencia de chiquillería y jóvenes. Cuanto más cerca, más evidentes se hacían los logotipos del atrayente restaurante y más impactante se hacia su nombre; Burger King.
Los tiernos infantes que habitualmente me acompañan tiraban de mis miembros superiores hacia la puerta del local. Yo diría que incluso padecían un cierto grado de nerviosismo. En menos que canta un gallo, me vi en el interior colocándome tras una enorme cola de personas que esperaban su turno para pedir copiosas comidas y bebidas. Craso error el mío. Jamás pensé lo complicada que se puede volver la vida en un instante.
El tiempo de espera mientras llegaba mi turno lo dediqué, o mejor dicho lo intenté dedicar a descifrar las distintas ofertas de productos expuestos. Los diferentes carteles mostraban varios tipos de hamburguesas, patatas y otras variedades. Todas presentaban un aspecto maravilloso y aparentaban gran tamaño. Pero me llamó la atención como cada menú presentaba su correspondiente nombre en el idioma de los hijos de la Gran Bretaña. Esto significa que dan por hecho que los ciudadanos de nuestra querida villa tendrán un cierto nivel en otros idiomas. Si lo tiene Annie Bottle y Ansar, supongo que lo puede tener cualquier mortal.
La cola avanzaba. Me veía a mitad de camino de mi objetivo y empecé a inquietarme. Demostraba mi torpeza al no ser capaz de tener meridianamente decidido que productos compondrían la cena. Aquella espera sólo era comparable, en lo que a nervios se refiere, a la espera para pasar la iteuve del coche. El corazón comenzaba a latir más rápidamente y me esforzaba por leer cada rincón para conseguir alguna información extra que me ayudara a elegir correctamente. Finalmente, a pocos pasos de que me llegue mi turno, me felicito al creer que tengo perfectamente definido mi plan de ataque. Un nuevo error.
En un momento dado, me veo frente a frente con una chica con gorra que me indica cuales son mis deseos culinarios. Rompo el hielo pidiendo la bebida y de camino voy tomando confianza. Prácticamente sin terminar de nombrar mi elección me emplaza a escoger entre bebida grande, mediana y pequeña. De nuevo el corazón comienza a palpitar más rápido. Balbuceo una medida al azar. Contraataco pidiendo patatas. Otra vez me sorprende con el tamaño. Me defiendo y me decido por el tamaño pequeño. Tomo fuerza y pienso; ahora te venceré definitivamente. Pido una cheeseburger y la chica me golpea preguntando si es cheeseburger o doble cheeseburger. Me quedo bloqueado y en silencio. Me tiene tocado y decide noquearme; quiere tomate, mayonesa o salsa barbacoa. Mientras acepto el K.O mi pensamiento me lleva como en un sueño a pedir unos calamares en El Mentidero.
Sit tibi terra levis.
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