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7 de octubre de 2013

LA MUERTE TENÍA UN PRECIO

No piense el avispado lector que el título viene a cuento con una crítica de cine o algo que se le parezca. Aunque por otro lado tengo que reconocer que la película de Sergio Leone es una maravilla para los que nos gusta el denominado “spaghetti western”. Por lo tanto, he recurrido al conocido título para plantear el sentido estricto de su significado y de paso reconocer la obra del conocido director. Nos podemos preguntar ¿Tiene precio la muerte?

Si, soy consciente. Todo lo relacionado con la señora que porta la guadaña es un tema tabú. Pero, relájense tampoco propongo hacer un alegato filosófico sobre tan trascendental e ineludible acontecimiento. La idea es proponerles algo más simple. Tendemos a pensar que la muerte de cualquier persona tiene el mismo valor. Es decir, la desaparición de algún semejante nos debe conmover por igual. Al menos ese planteamiento podemos establecerlo como políticamente correcto. Sin embargo, la realidad es muy distinta. Tenemos muertos de primera, de segundo y así sucesivamente. Les explico.

Pongamos a dos personas, desconocidas para nosotros que mueren más o menos en las mismas circunstancias. Sobre el papel, nos deben de provocar los mismos sentimientos. Sin embargo, la realidad es muy distinta. Una nos puede quitar las ganas de comer. La otra podemos asimilarla engullendo una docena de pastafloras. En ello influyen notablemente los medios de comunicación y, en consecuencia, los grupos políticos que los controlan y a los que sirven sin rechistar. Ahora bien, se puede excusar que las circunstancias pueden hacer que una sea más noticiable que otra. Pero ahí puede estar el problema, al final nos meten en la cabeza lo que es noticia y lo que debe de dejar de serlo.

Recordarán hace poco tiempo el atentado de Boston. Portada indiscutible de la mayoría de medios y apertura de los telediarios con la citada noticia. Rápidamente se realizaron conexiones en directo y pronto se habló de tres fallecidos en el vil ataque. Viajemos ahora a nuestra maltratada África. Allí, unos terroristas entran en un centro comercial dedicándose a darle matarile a diestro y siniestro en nombre de Alá. Pues bien, en algunos telediarios la noticia apareció en tercer o cuarto lugar -la primera era la cadera de nuestro mejor aficionado a la caza- cuando en la primeras estimaciones ya se hablaba de unos sesenta asesinados. Obviamente, el valor de la muerte se mide de forma distinta según la zona geográfica donde se produzca.

Otro aspecto a destacar es el precio de la muerte de los españolitos de a pie. Está más que demostrado que todo recorte en sanidad acarrea un aumento de muertes potencialmente evitables. Pues aquí no quedamos con cara de gilipollas y nos la tragamos. Démosles entonces una nueva vuelta de tuerca. Ahora hacemos un repago a los enfermos oncológicos y que se vayan muriendo más pronto. Así hacemos más rentable el sistema, pensarán. Esta circunstancia, abominable sólo con pensarla, debería ser argume . nto suficiente para ir pidiendo la implantación de la guillotina en este país. Aunque pensándolo bien, mejor recorta en esto que hacerlo en fútbol y olimpiadas. Al final no sólo la muerte tiene un precio, también nuestros políticos nos matan por un puñado de dólares.


Sit tibi terra levis

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