Existen días en los que sentarse delante del ordenador y darle a la tecla cuesta horrores. Presenciar como el Club de las Miradas Perdidas abre sus puertas, sus terribles puertas, hace que al que suscribe no le queden muchos argumentos para rellenar este espacio. Simplemente todo sobra, nada es importante, todo es efímero. Por lo tanto, permítanme que esta semana no les comente sobre los Bárcenas, los ERES y toda esa bazofia que nos rodea.
Durante la semana pasada hemos asistido y en muchos días posteriores asistiremos a noticias de todo tipo relacionadas con el terrible accidente ferroviario. Sobre todo se hablará de las posibles causas del accidente, historias de los fallecidos o de algunos supervivientes, circunstancias de aquellos que en el último momento evitaron la muerte y un largo etcétera. Pero déjenme que me refiera, como decía más arriba, al nutrido grupo de personas que desde ese miércoles a las nueve menos cuarto de la noche, irrumpieron en el selecto Club de las Miradas Perdidas. Policías, bomberos, sanitarios y personas que acudieron a prestar ayuda acometerán la vida de forma distinta, créanme.
Pasarán los días, los meses, los años. Permanecerán las imágenes, los ruidos, los olores -existen olores que dejan marcado a fuego en nuestro cerebro las tragedias-. Todo ese cúmulo de sensaciones se colocan como piezas de puzle en nuestra cabeza y con ello, intentamos conseguir la máxima de nuestro destino, seguir viviendo. Sin embargo, pertenecer a ese club acarrea una obligación; recordar. Cuando ocurren estas catástrofes se suele producir un efecto dominó y las miradas pérdidas de los nuevos miembros evocan esas sensaciones en los miembros más antiguos. Así es y así será por siempre. Todo aquel que entre en el Club de las Miradas Perdidas, nunca podrá dejar de pertenecer a él.
En definitiva, desde estas humildes líneas no puedo más que mostrar mi solidaridad con todas esas personas que a partir de ahora despertarán algunas noches rememorando situaciones. Personas que en su día a día dispondrán de momentos de aislamiento, mirando al vacío y buscando una explicación que en el fondo tampoco se necesita, todo forma parte de este juego llamado vida. Así mismo, no puedo dejar la ocasión para resaltar, reivindicar y exigir nuestros servicios públicos. Esos servicios tantas veces infravalorados y maltratados, se han mostrado imprescindibles para una sociedad que quiera denominarse avanzada y desarrollada. Todo lo que sea eliminar o esquilmar estos recursos, más bien nos acerca al subdesarrollo y al retraso.
Finalmente, mientras organizo en mi cabeza esta columna, no puedo evitar recordarte. Miro al vacío y a mi pensamiento acude irremediablemente aquella primavera, cuando caída ya la noche y mientras jugabas como cualquier otro día, tu corazón decidió dejar de latir. Sin más, sin razones, sin explicaciones. A pesar de los esfuerzos y tu corta edad decidiste marcharte, ese día una parte de muchos de nosotros se fue contigo. Una parte más de tantas que periódicamente se marchan con otras personas. Pasado unos minutos, de repente y como siempre, el pensamiento vuelve a la realidad. Veo el hermoso atardecer desde un maravilloso rincón de la costa, el sol tiende a ocultarse irremediablemente, miro a mi alrededor y observo a mis hijos jugando en la orilla del inmenso mar, ajenos a mi mundo. Me reconforta, me siento afortunado y de nuevo vuelvo al mundo de los vivos. El Club de las Miradas Perdidas cierra momentáneamente sus puertas, hasta una nueva ocasión. Seguro habrá una nueva visita a su interior, una nueva semana triste.
Sit tibi terra levis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario