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16 de junio de 2013

CLOROFORMO

Las veces que hemos visto en el cine, sobre todo norteamericano, como los gobiernos conspiran contra la población para beneficio propio o de unos cuantos villanos. Te sientas en la butaca del cine -generalmente en Sevilla, en Morón no hay-, comienzas a engullir palomitas, las acompañas con un enorme vaso lleno de coca cola aguada, mientras, una pareja joven cuatro filas más abajo se comen las palomitas de la boca del contrario hasta que se apagan las luces. En definitiva, en pocos minutos tenemos al actor de turno jugándose el tipo por la libertad de su yunaite estey perseguido por dos columnas de marines, la policia montada del Canadá y varias docenas de agentes de la CIA con lo último en tecnología por satélite. Pero, el individuo que los tiene bien puestos consigue desenmascarar a todos los malvados y a pesar de las heridas consigue llevarse al huerto a la chorba de turno, a pesar de estar todo el tiempo investigando y esquivando balas ha tenido tiempo para camelarse a la Angelina Jolie de turno -perra vida la mía-.

En nuestro magnánimo imperio, la cosa va distinta. Aquí, lo tradicional es una película de la guerra civil. Con esto no quiero decir que nuestra opción sea peor y mucho menos que se me acuse de sucumbir a las redes del más salvaje capitalismo yanqui. Simplemente que aquí tenemos otro rollito, no se si me entienden.

Todo este tinglado viene a colación cuando hace unos días sentados alrededor de una mesa, en Retamares, se encendió un apasionado debate sobre el cine nacional y sus problemas. Entre los tertulianos llegamos a cierta unanimidad. Por ejemplo, pensar que la casta política tradicional -la de antes, la de ahora y la que venga- defiende la cultura en general y el cine en particular, es un insulto a la inteligencia y demostraría de paso encontrarnos tremendamente cerca de la mosca del vinagre que para eso compartimos un porcentaje elevado de nuestro genoma.

Alguna tapa de caracoles más tarde, empezamos a sacar alguna que otra teoría. Viendo esas conspiraciones del cine anglosajón, quizá también aquí se pudieran estar realizando tan detestables actos. Tengo que reconocer que cierto escalofrío e inquietud fue instalándose en lo más profundo de nuestras almas -dejando por sentado mis más sólidas dudas sobre la posibilidad de poseer alma de al menos la mitad de cenutrios que allí departíamos-. No obstante, las piezas de aquel rompecabezas comenzaban a encajar. Tomamos conciencia que dado el actual estado de cosas, no era muy normal que todavía la plebe no hubiera salido a las calles, antorcha en mano, con idea de ajusticiar a más de un miembro de nuestra amada e ilustre casta política tradicional. 

Cloroformo. Esa puede ser la explicación. En un elaborado plan, los poderes estaban proporcionando la sustancia a la población. Consecuencia. El actual estado de anestesia del país que se refleja en una tragaderas como nunca se han visto en reino alguno. Algunos defendieron la posibilidad de administrar el narcótico a través del agua, otros en los distintos alimentos. Cada uno trataba de buscar la forma más lógica de proporcionar a la ignorante población el preciado líquido volatil. Yo, me incliné más por una forma más espectacular, defendí  la posibilidad de utilizar aviones, estamos siendo fumigados. Es un método más homogéneo, una forma más segura de alcanzar a toda la población. Claro está, alguien me indicó que siempre existen personas a las que no se les maneja y se oponen a todo este estercolero. Obviamente justifiqué,  las dosis no afectan a todos por igual y siempre existirán algunos que por más cloroformo que le pongan no conseguirán dormirle y mucho menos dominarles. 


Sit tibi terra levis.

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