Se acabó el año. En estos días, es fácil encontrarnos con algún resumen anual. Proliferan los reportajes sobre los distintos acontecimientos acaecidos en el recién terminado año. Los diversos medios se encargan de removernos el disco duro, haciéndonos recordar los múltiples sucesos ocurridos. Lo mismo te alteran las asaduras con las imágenes de la última guerra –con sus correspondientes muertos trinchados por la metralla-, que te alegran la jornada enalteciendo los éxitos deportivos de algún fulano o determinado equipo de zutanos. Te dispones delante de la caja tonta y te endiñan la sesera con un supermegachachi recordatorio de bodas reales celebradas durante el año. Otra posibilidad habitual es recordarte la última docena de golfos, con cargos públicos, agraciados con la noble tarea de meter la mano en la caja sin que por ello tengan que dar cuenta alguna. En definitiva, nos exponen el resumen final, una forma de pasar página, de pensar que el próximo año quizás las cosas sean distintas.
Ahora, disponemos de unos días para elaborarnos nuestras esperanzas o desesperanzas. Eminentes analistas de variado tipo invaden las tertulias de todos los medios, nos explican por donde dirigirán nuestros pasos en el nuevo año y el color del futuro más reciente. Los políticos tradicionales redoblan sus esfuerzos en echar la culpa a otros de sus míseras ineptitudes. Eludiendo, faltaría más, cualquier ejercicio de honor y honradez. Los economistas realizan sus previsiones, generalmente paupérrimas, sobre nuestros bolsillos -aquí, me pringo, les aseguro que pase lo que pase, la banca gana-. En medio de todo el estercolero, los ciudadanos nos ganamos el cielo a base de poner la otra mejilla y algo más.
Pero lo peor ha pasado. Personalmente, creo que el año que ahora comienza será mejor. Estoy realmente convencido. Es cuestión de lógica, ciencia en estado puro. Una vez que te caes, del suelo no pasas. Veamos. Después de la reforma laboral, donde los derechos de los trabajadores se han mandado directamente a tomar viento fresco. El continuo acoso para limitar libertades y derechos civiles. El desmantelamiento de la educación pública. El final de la sanidad universal, pública, gratuita y de calidad. La creciente privatización de los servicios públicos. El aumento de todo tipo de impuestos, directos e indirectos, locales y nacionales. Y todo un largo y tortuoso etcétera. Díganme ¿acaso queda algo para que las cosas vayan a peor?
Ahora, cargado de energía y buenas sensaciones, sólo me queda escribir la carta a los Reyes Magos de Oriente, o de Huelva, o de donde sean. Posiblemente, les pida un Ipad para jugar en el trabajo. Me gusta seguir el ejemplo de nuestros representantes políticos tradicionales en las sesiones parlamentarias. Así, si alguno de ellos necesitara asistencia, le puedo poner el mismo interés que ponen sus señorías a nuestros asuntos. Feliz año nuevo.
Sit tibi terra levis.
Comienzo este nuevo año siendo pobre, y la pobreza embrutece. Llevo dos meses sin poder concentrarme en leer nada. Nada de cine, de música, de literatura. Nada de pensar más allá que no sea buscar un resquicio por donde escapar de ella, de la pobreza. No sé cuánto tardarán en agotarse mis modestos ahorros. Quizás aguante tres o cuatro meses más hasta que me corten la luz y el agua por falta de pago. Las películas de miedo que he visto en todos estos años de vida no me ha preparado en absoluto para afrontar el terror que produce ser pobre, uno de tantos de esta nueva generación de pobres. De los que nadie piensa que lo son, porque hablas y se expresas educadamente, y vas con ropa conveniente, y hasta con una pincelada de carmín en los labios.
ResponderEliminarEl día 25 de diciembre estrenaron, Los Miserables. Hacía meses que esperaba esta nueva versión de la novela de Víctor Hugo. Ir a verla era una especie de capricho-deber, porque en plena vorágine de preparativos para que doña Pobreza se instale en casa, faltaban en la misma medida el dinero para comprar la entrada como las ganas. “Primum vivere, deinde philosophare”
Y sin embargo, estando delante de la pantalla sentí lo importante del arte para salvarnos de ese embrutecimiento. Y recordé aquella frase de la película, Leolo: “porque sueño, yo no lo estoy”. Y abrazándome con todas mis fuerzas a cada escena y a lo sublime de su música , tuve la certeza de que, nada ni nadie, podría privarme del derecho a escapar de la locura y la miseria mientras siga manteniendo intacta mi capacidad de emocionarme ante lo hermoso. Y durante unas horas preciosas dejé de ser pobre y dejé de tener miedo.
Ahora, sólo me quedan por delante otros 363 días para aprender yo, y enseñar a mi hija de cinco años a ser pobres.
C.V
Estimada Anónima:
EliminarTras leer estas líneas, sobran las palabras. Nos robarán nuestros bienes, pero jamás, nos quitarán la esperanza y sobre todo la dignidad, ésa que tanto les falta a nuestros dirigentes.
Ánimo y sobre todo que el nuevo año lleve a tu hogar la felicidad que definitivamente expulse el miedo a la pobreza.
Saludos y gracias por participar.