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19 de noviembre de 2012

PASEO POR LA CARRERA


Me niego. Lo siento, no puedo. Comprendo que lo fácil esta semana sería largar sobre la huelga general. Opinar sobre quien tiene razón en lo referente al éxito o fracaso de la convocatoria. Decantarme en cuanto al número de manifestantes. Incluso, dar mi parecer sobre el tema estrella en este tipo de convocatorias, los derechos de los que no desean hacer huelga.

No es que tenga un problema de conciencia o un oscuro objeto de tapar una idea u otra. Ni siquiera, sea un problema de escasez de razones y motivos para exponer lo poco que pasa en estas convocatorias. Sobre todo, teniendo en cuenta el nivel de cabreo manejado por la plebe. Lo que me entra es cansancio. Cada vez que hay huelga general se repiten las mismas historias, las mismas opiniones, las misma imágenes y las mismas imbecilidades pobremente argumentadas para defender el ideario de tal o cual signo. Por tanto, permítanme que esta semana me salga por la tangente, me la coja con papel de fumar y, no obstante, cuente algo ocurrido el tan nombrado día de la huelga.
Volvía, paseando, de realizar mi jornada laboral tras ser designado como servicio mínimo. Por cierto, esta situación se repite cada vez que se convoca una huelga. Evidentemente, en un medio donde se trabaja con lo mínimo todos y cada uno de los días del año, porqué iba a ser diferente el día de semejante convocatoria. Pues en esas estaba. Pozo Nuevo abajo, caminando con tranquilidad, pensando en alguna gilipollez de las que tengo en mi sufrida neurona. A la altura de la Carrera, me detengo y miro hacia la obra dedicada al acicalamiento de nuestros ilustres jardines. 

Dentro del faraónico proyecto, veo como se está retocando el quiosco que actualmente dedica su ser al noble arte de la venta de chucherías a los tiernos infantes. Pues bien, de repente me vino una visión, un flash, un salto hacia el pasado. Los más jóvenes desconocerán como en aquel rincón de nuestro pueblo se desarrollaban el mayor número de aventuras jamás conocidas del lejano oeste. Allí, existía un negocio de intercambio de novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Recuerdo vagamente como mi padre me llevaba allí, dejaba su última novela leída y tomaba otra distinta por unos días. Esta operación se repetía continuamente a lo largo del calendario. Los ejemplares, presentaban un aspecto gastado, releídas cientos de veces. Pero en su interior conservaban la esencia de la aventura; villanos que mataban de verdad, sheriff incorruptibles y el toque femenino que acaba rendida irremediablemente en los brazos del defensor de la ley. Supongo que fuimos muchos los que nos iniciamos en la lectura con esos ejemplares. 

Este pensamiento, me llevó a pensar en otros libros con los que se inician hoy otros lectores. Obviamente, no pude evitarlo; en mi cabeza apareció el tan vendido Cincuenta sombras de Grey. Entre nosotros, para entender de que va; te sientas en cualquier sitio público con la tablet y te pones a ver tórridas imágenes del Nacho Vidal calzándose todo lo que se pueda calzar. Entonces puedes ser catalogado como un desenfrenado, un prototipo de viejo verde. Pero si te sientas en el mismo lugar con el libro en cuestión, entonces, puedes pasar por un culto intelectual. Es en definitiva un reflejo de nuestra sociedad, aunque el fondo sea similar lo que interesa es la apariencia.

Sit tibi terra levis.

4 comentarios:

  1. pues hijo, yo del nacho vidal tambien he aprendido mucho, pero mucho,muchooooo.

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    1. Estimado Anónimo:
      Me alegro enormemente tu adquisición de conocimientos. Entiendo que siempre se puede aprender de los demás. Ahora, supongo que lo ideal es que pongas en práctica lo aprendido.
      Saludos

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    2. estimado marcos : se hace lo que se puede,lo que se puede....un saludo y hasta la proxima.

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