Me encanta y aprendo muchísimo manteniendo conversaciones con niños y con moribundos. Ellos no se encuentran sometidos a las contaminaciones y prejuicios como el resto de los mortales. Normalmente llaman por su nombre a las cosas. No se cuidan en aparentar y mantener un lenguaje políticamente correcto. Hablan con simplicidad sobre temas aparentemente complejos. En definitiva, cuando estamos despojados de esos prejuicios la vida aparece muy distinta, en fondo y en forma. Sería interesante algún día contar cuanta sabiduría encierran las palabras de las personas en las puertas de la muerte, sabiduría en estado puro.
Dicho todo ésto, imagínense someter los grandes y trascendentes temas de nuestra sociedad a esos individuos pequeños, llenos de mocos, egoístas y con una capacidad infinita para sacar de las casillas a los adultos. Posiblemente los niños nos ofrezcan un punto de vista más coherente que muchos ministros. Hace poco tuve el privilegio de ser ilustrado por mis tiernos infantes.
Les muestro el siguiente escenario; cinco de la tarde, frío que pela, estufa a pleno rendimiento. Sobre la mesa se despliega la mayor de las batallas. Mis dos hijos y yo, en una lucha encarnizada y sin cuartel. El tablero del parchís refleja bastante igualdad entre los contendientes. Ligera ventaja de la fichas verdes (las de mi hijo pequeño). Ya avanzada la partida, ocurre el lance que desate el posible final del juego. El dado marca el número para que la ficha verde liquide una amarilla. Entonces, mi hijo menor indica rápidamente -me la como-. El mayor contesta –me has matado-. Me mira y me indica -a García Lorca lo mataron-. El comentario me deja fuera de juego, nunca surgió hablar de ese tema, sobre todo porque no es de los temas habituales en unos críos de siete y cuatro años.
Pasada la primera impresión, me explica como en el colegio leen sobre García Lorca. Este dato me aclara un poco el tema. En los colegios todo se acaba sabiendo, se descubre la realidad de los reyes magos, te explican lo de la cigüeña de una forma distinta y también te pueden contar que a García Lorca le dieron matarile. Estuvimos hablando sobre el escritor, me explicó lo que era una rima y los versos. Y al rato, ¡zas! Con toda naturalidad me pregunta -¿por qué lo mataron? ¿por qué era malo?
Tras varios segundos meditando la respuesta, le indico que no era un hombre malo. Fue en ese momento, cuando con una tremenda claridad, me explicó la naturaleza de la memoria histórica; - si no era malo, los que lo mataron estarán en la cárcel- Ahora, quien es el guapo que le explica al crío las razones de la muerte del escritor si no era una mala persona. Porque estaremos de acuerdo que García Lorca no era mala persona. Y cómo los que matan alegremente no reciben castigo alguno. La simplicidad del racionamiento nos da muestra sobre la simplicidad del asunto. Matar por matar no puede tener justificación. Al menos para un imberbe de siete años y para un barbado de cuarenta y dos. Así de fácil son las cosas, a veces. Soy consciente de mi incultura y analfabetismo sobre muchas temas. Leeré muchos libros de historia donde me justifiquen la muerte, pero siempre tendré presente que la historia la suelen escribir los ganadores, con sus intereses y sus sesgos.
Sit tibi terra levis.
Estoy de acuerdo, ninguna persona tiene justificación para asesinar impunemente a los que piensan distinto o por pura venganza y envidia.
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