Vaya pelotazo. El cupón de los ciegos -por cierto cada vez son menos los ciegos- ha caído en Morón. Un vecino nuestro ha sido el más afortunado. Ya tiene viruta para lo que quiera. Me alegro, imagino que podrá cumplir algún que otro sueño. Lo importante en la vida es tener sueños. Espero que nuestro agraciado vecino nunca deje de tenerlos, de lo contrario, dejaría de ser rico. Sólo tendría eso, dinero.
Pero, señoras y señores, tengo la gran exclusiva. Yo sabía que la suerte iba a sonreír a este humilde pueblo. Vamos, que jugábamos con las cartas marcadas. Les cuento. Todos hemos oído la suerte que proporciona la mierda. Cuando alguien pisa el excremento en cuestión, siempre hay una mano amiga, apoyada en tu hombro, mientras te dice que tan escatológico hecho te proporcionará mucha suerte.
Y todo ésto, ¿a qué viene? Pues continuo con mi explicación. La mayoría de los ciudadanos de este pueblo saben o han sufrido en sus propias carnes la actual ola de gastroenteritis. Es decir, el personal se va por el tacón. La industria del papel higiénico hace su agosto en nuestro pueblo. Se ha instalado en nuestra población el tantas veces denominado “un virus que anda”. Por lo tanto, tal cantidad de producción fétida ha reportado una generosa prima de suerte entre los sufridos intestinos. Todo este arsenal de estiércol generado por los aruncitanos, ha tenido a bien, que la diosa fortuna se viera obligada a una parada en nuestro pueblo. La parte negativa, como todo en la vida. Nuestros ilustres dirigentes. Disponiendo de información privilegiada, conocedores de como las criaturas se van de varetas, no han dispuesto de partida alguna para la compra de boletos varios. Han dejado pasar la inmejorable ocasión para trincar un buen pellizco. Por supuesto, faltaría plus, para disminuir la deuda de nuestra casa más arruinada. Supongo que Rodri pedirá explicaciones a la concejalía sanitaria por no informarle de la evacuación intestinal masiva del pueblo de Morón.
Por otro lado, se ha celebrado, una de las fiestas grandes de nuestra localidad. El Carnaval. Y miren que ha habido intentos por destruirlo. Por activa y por pasiva. Desde épocas muy anteriores se ha intentado acabar con semejante celebración. Se ha intentado darle puerta de formas muy diversas; desde la prohibición en los años dictatoriales hasta la democracia, con la dedicación a estos menesteres de políticos que no sabían hacer la o con un canuto. Pero, lo cierto y verdad, es que cuando algo está arraigado en el pueblo, sobre todo en los parias, acabar con ciertas tradiciones se hace una batalla imposible. Sólo tenemos que ver un hecho puntual; el pasacalles. Es un evento al cual no se le dedica una organización especial, se organiza prácticamente por sí solo. Si lo ven desde fuera, se han preguntado cuanto tiempo pasa desfilando los disfrazados. Eso en cualquier lugar con gente pensante, sería explotado al máximo como reclamo turístico. Aunque, también hay que decir, que encorsetar y no dejar al libre albedrío a esa algarabía es quitar algo de encanto.
Lo que está claro, es que con el Carnaval no hay quien pueda. Ni la crisis, ni los políticos, ni la posibilidad de tener un carnaval pasado por agua. Nada ni nadie puede detener esa marea de color y coplillas. Y eso que este año ha sido un Carnaval pasado por … la diarrea. Perdonen por la diarrea mental de esta semana.
Sit tibi terra levis.
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