La pasada semana tuvo lugar la sesión plenaria en nuestro Ayuntamiento, en la cual, se debatía una moción relacionada con la memoria histórica. El asunto suele provocar al personal con facilidad, desata posturas enfrentadas y enconadas. Como suele ocurrir en este país, el término medio no existe, blanco o negro. La ley sobre la memoria histórica suele verse desde la perspectiva del bando sublevado o de los defensores del orden existente en aquel momento, generalmente manipulando la historia para justificar todo lo injustificable. Está claro, en la guerra se da el ambiente ideal para que todo hijo de la gran puta se explaye con sus semejantes. Nuestra guerra no es una excepción a pesar de los esfuerzos que se han hecho por mutilar, tergiversar y adaptar la historia a los intereses de cada uno.
Somos especialistas en ver la paja en ojo ajeno, no escatimamos esfuerzos en condenar a villanos extranjeros y buscar las verdades en otros países. Sin embargo, no hemos sido capaces de cerrar las heridas nuestras. A los que tenemos cierta edad, nos proporcionaron una historia manipulada que con el paso del tiempo hemos tenido que ir desenmascarando. Nos mostraron como se ajustició a peligrosos subversivos, maleantes que no merecían vivir, pero la realidad nos ha mostrado asesinatos y torturas de inocentes, muchos sin afinidad política, familias destrozadas, despojadas de todos sus bienes. Por esto, cuando se argumenta que no hay que remover el pasado, pienso que estas víctimas son doblemente maltratadas, les arrebataron la vida y se pretende condenarlos al olvido. Todo, para que aquellos que falsearon la historia apareciendo como salvadores de la patria no tengan que agachar la cabeza y mostrarse como vulgares asesinos. No se puede negar a nadie el derecho, yo diría incluso la obligación, de limpiar el nombre de sus seres queridos, no puede existir fuerza moral para decirle a alguien que olvide a un muerto, su muerto. Seguro que a nadie, en su sano juicio, se le ocurriría plantear a las víctimas del terrorismo que olviden a sus asesinados y decirles que ya es hora de pasar página.
Por último, existe un argumento de indudable peso, la ley está para cumplirla. Nos gustará más o menos, pero debemos acatarla. El tema de la memoria histórica, hoy por hoy, forma parte de una ley, por tanto no cabe nada más que cumplirla. Por mucho que interese transformarla en memoria histérica creo que la madurez democrática de este país será completa cuando seamos capaces de admitir la historia tal y como ocurrió, con naturalidad y asumiendo los hechos. Mucho me temo que será pedir demasiado, incluso utópico, o más bien imposible. Porque… ¿alguien ve a la Iglesia reconociendo los desmanes en los que formó parte durante todos aquellos años?
Sit tibi terra levis.
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