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30 de mayo de 2016

EVANGELIO

Ha llovido mucho —sobre todo en este mes de Mayo— desde que a Cristóbal Colón le diera por pensar en la esfericidad de nuestro planeta. Con el descubrimiento de las Américas, no sólo encontró una nueva tierra a la que sacar provecho económico, sino que también, y lo que es más importante, permitió llevar nuestra cultura a los desarropados indígenas de la zona —sólo Dios, en su inmensa sabiduría, sabrá los siglos que llevaban esperando para ser evangelizadas estas pobres criaturas—. Todo parece indicar que el Nuevo Continente requiere, otra vez, de nuestra presencia para encauzar de nuevo a los desviados lugareños.

Como no puede ser de otra forma, una parte selecta de nuestros políticos han sentido la llamada del Nuevo Mundo. Con gran sentido del deber, se han puesto manos a la obra. Han hecho grandes sacrificios para llevarles de nuevo —y las veces que hagan falta—  el valor esencial de nuestra querida Europa en general y de nuestra ejemplar España en particular: los derechos humanos. 
En estos días, nuestros nuevos evangelistas —permítame el creyente la osada licencia— han dejado de lado los problemas de nuestro Reino, para dedicarse en cuerpo y alma a la salvación de nuestros hermanos americanos. Para que después digan. En vez de dedicarse a solucionar temas como la corrupción, el desempleo, la educación y otros cientos de problemas más que nuestra querida España tiene, estos mártires de nuestra política abandonan todo por el prójimo que se encuentra al otro lado del charco ¿Acaso existe mayor prueba de amor y altruismo?

El último en unirse a tan noble misión ha sido San Albert Rivera. Lejos de dedicarse a predicar por tierras de La Mancha, Andalucía, o las siempre rebeldes tierras vascas, ha cogido la maleta y se ha marchado al país del chandal para mostrarles el camino de los derechos humanos. Sí, ya sé que el avispado lector puede pensar que todo se debe a una operación de lavado de imagen con respecto a otros evangelistas del momento. Pero no, de la misma forma que pudo quedarse cual anacoreta en las tierras catalanas viéndolas venir, decidió plantarles cara a los infieles independentistas para que sepan lo que vale un peine.  La presencia del Santo Ciudadano en Venezuela es la muestra de lo que está por venir. No les quepa duda que si nuestra democracia le concede el pontificado el próximo mes de junio, lo primero que hará es viajar a cada rincón del mundo que ose violentar los derechos humanos. Ya se pueden echar a temblar los seguidores del maligno que ocupan China, Corea del Norte, Mali o Cisjordania. 

Comprendo que desde la ignorancia que da desconocer las santas escrituras y los entresijos de la política, el ciudadano local piense que quizá estos evangelistas que vociferan en los púlpitos el nombre de Venezuela a todas horas, deberían dedicarse más a nosotros, que se trata de sólo ver la paja en ojo ajeno. Pero tengamos fe, arrodillémonos, recemos y admitamos que los caminos del Ibex 35 son inescrutables. Palabra de Rivera y compañía. 


Sit tibi terra levis.

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