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25 de abril de 2016

SONROJADO

En la fotografía no se puede apreciar el tamaño real de las cosas. No sabemos cuánto mide el mar, ni el cielo, tampoco el sol. Si nos alejamos, podemos pensar que sobre esta porción de mar emerge una pequeña isla, un trozo de tierra que aparece con multitud de estalagmitas. Dejándonos llevar por la imaginación, podríamos creer que pasados algunos cientos de años aumentara de tamaño, se mostrara hermosa y llena de vegetación —quién sabe si podría adquirir la denominación de paraíso fiscal—.  Sin embargo, al acercarnos, esa isla toma un aspecto siniestro, adquiere la forma de la desesperación. El sol parece resistirse a ocultarse, como queriendo dar una oportunidad al bote abarrotado de gente que abandonamos a la deriva. 

La instantánea no nos permite saber qué ocurre después, no sabemos si pasados unos segundos, el bote vuelca y la isla se transforma en estalactitas bajo el agua. Tampoco nos importa mucho, nuestra Europa tiene problemas más urgentes que resolver: que si el déficit, que si el producto interior bruto o la fluctuación de los mercados. Eso sí, para limpiarnos las conciencias, nuestros gobiernos convocan cumbres al más alto nivel para estudiar la situación, se comprometen a acoger a los refugiados y tomar las medidas oportunas para resolver el problema en sus orígenes.

Nuestro país, en un alarde de solidaridad, ha autorizado la entrada a dieciocho solicitantes de asilo y la gran mayoría de  nuestros vecinos europeos también manejan cifras irrisorias. Incluso, el Papa Francisco parece unirse a la moda. Tras su visita a la isla de Lesbos, decidió llevarse para el Vaticano a doce refugiados. Desconozco las razones para acoger a este número concreto de personas: quizá porque trece daría mala suerte, porque veinte mil no tendrían sitio en la ciudad estado, o porque doce es un número más bíblico. El caso es que, ya que son muchos los que piensan que este Papa es diferente y algo revolucionario, hubiera sido más efectivo que en vez de llevarse a doce, fuera él quien se hubiera quedado en el campo de refugiados a modo de protesta hasta conseguir una solución a este penoso asunto. Quizá así, no sólo el sol de la fotografía aparecería sonrojado por la vergüenza. 


Sit tibi terra levis.

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