El sonido del teléfono anunciaba un nuevo mensaje. Tocó la pantalla para desbloquearlo: cuatro, dos, cinco… y allí apareció la foto: Un intenso cielo azul en el que dos nubes blancas se ofrecían hermosas a la vista. Tras la foto, un segundo mensaje, de texto esta vez: “Para el cazador de nubes”.
Comenzó en la niñez. Había una enorme piedra rectangular situada al lado de la entrada de la casa de campo, cuya misión era servir de asiento a todo aquel que buscara un rato de reposo, sentir la brisa fresca, y un paisaje de girasoles que al año siguiente ocupaba el verde intenso del trigo. Álex tenía por costumbre tumbarse allí y sentir el frío de la piedra en la espalda mientras se dedicaba a observar las nubes. Bastaban unos minutos mirando el cielo para que las nubes se transformaran en los más diversos objetos y animales. A veces, alguna tomaba forma de barco, otra parecía simular la cabeza de un lobo y entonces, era el viento el que con su silbido hacía las veces de aullido. Esas nubes de esponjosas formas le inspiraban multitud de historias y aventuras. En no pocas ocasiones pasó un gran periodo de tiempo buscando dos nubes iguales. Con la paciencia del pescador esperaba que el viento acercara alguna que coincidiera con la forma de otra. Nunca la encontró.
Cuando pasó el tiempo Álex tuvo que abandonar aquella piedra. Dejar de mirar las nubes para que sus ojos se centraran en mirar la tierra era condición expresa para ser adulto. De todos es conocido que el efecto que esa circunstancia tiene en los mayores es la paulatina pérdida de la imaginación y la creciente preocupación por las cosas reales de la vida. Todo el mundo acepta estas circunstancias como paso obligado para hacerse mayor. Sin embargo, a Álex, aún de mayor, le seguían atrayendo las nubes, observarlas e imaginar aventuras.
Cierto día, sentado bajo la sombra de un árbol en el parque, quedó absorto mirando el cielo. No salió de su estado hasta que una chica se acercó y le dijo: Veo que a ti también te gusta mirar las nubes. La sorpresa fue tan mayúscula que no pudo articular palabra, tan sólo afirmó con la cabeza. La chica rió abiertamente y le indicó que no se asustara, pero que con esa costumbre debía tener ciertas precauciones. No estaba bien visto que un adulto observara las nubes, no eran pocos los casos en los que, los que lo hacían, eran etiquetados de afectados por la locura, incluso, no era raro que fueran llevados al frenopático. La chica le indicó que ella le ayudaría, formaba parte de un club muy especial. Con el tiempo, y no pocas prácticas, Álex fue nombrado “Cazador de Nubes” por una selecta sociedad secreta. Le dieron concretas instrucciones para no ser considerado un enajenado: Una excelente coartada para que en el mundo de los adultos se entienda que mires nubes es ser escritor, así que, en adelante, debía escribir, ya fueran historias reales, ficticias, poemas o noticias, podía escribir lo que quisiera, pues esa era la excusa para mirar las nubes. Desde entonces, Álex sigue contemplando nubes. Es en cada nube que atrae su mirada donde encuentra las historias que después escribe. Porque de la misma forma que no hay dos nubes iguales tampoco hay dos historias iguales.
Cogió el teléfono y leyó un nuevo mensaje: “Espero que te guste el regalo. Buenas noches”. Y contestó: “Son unas nubes muy acogedoras, las aprovecharé. Descanse y buenas nubes también para ti”.
Sit tibi terra levis.
"Mu" bonita tu redacción. ¿Sexto de primaria o primero de secundaria?
ResponderEliminarEstimado Anónimo:
EliminarPues no. En mi época era la E.G.B.
Gracias por su comentario.